viernes, 13 de abril de 2018

PROBLEMILLAS CON LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN (15-02-2018)



            No corren buenos tiempos para la libertad de expresión, que se reclama de forma contundente cuando alguien quiere insultar al rey o quemar una bandera de España pero que, sin embargo, aparece coartada, condicionada, limitada o como se quiera decir y no solo desde el poder, sino a través de instancias más domésticas, incluyendo la abundancia de aspirantes al cargo de inquisidor, seres vigilantes que ponen el grito en el cielo en cuanto una palabra, una frase, un gesto o una imagen vienen a alterar el sentido sacrosanto que ellos tienen del orden establecido.
            Ello es especialmente aplicable a quienes escriben -escribimos- en periódicos de papel o en cualquiera de los modernos sistemas de difusión de ideas, pensamientos y noticias, pero parece que en estos casos la libertad de expresión debe quedar condicionada a lo que decida el tribunal justiciero de los censores inquisitoriales. Como en los buenos tiempos.
            Se están produciendo muchos ejemplos. El de Javier Marías a cuenta de su último artículo en el semanal de El País ha sido muy sonado. Probablemente, en este caso y en todos los que se puedan traer a colación, no todos los lectores están totalmente de acuerdo al cien por cien con lo que dice el articulista, pero ello no es motivo suficiente para denigrarlo, insultarlo o llegar prácticamente a pedir su cabeza, pues en eso consisten las apelaciones furibundas a pretender del periódico que deje de publicar los trabajos de este o aquel escritor. Pero, en el caso que nos ocupa, el razonamiento de Marías, a cuenta de las estupideces que están circulando por un estúpido feminismo que anda confundiendo unas cosas con otras, estaba muy puesto en razón y es coincidente con lo que pensamos muchas otras personas.
            Pero aparte el punto concreto, se puede aplicar (y es conveniente recordarlo en tiempos tan confusos) la máxima atribuida a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderá hasta la muerte su derecho a decirlo”, según cuenta la biógrafa del filósofo francés Evelyn Beatrice Hall, y que Winston Churchill ayudó a difundir en una célebre polémica en el Parlamento británico, respondiendo a un colega de la oposición que estaba sacando los pies del tiesto.


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