viernes, 13 de abril de 2018

MAREANDO LA PERDIZ DE LA FERIA (14-02-2018)




Hace un año, más o menos, escribí un artículo, publicado en La Tribuna de Cuenca en el que, comentando las perspectivas inmediatas de la Feria del Libro, entonces en preparación, que iba a ser trasladada nuevamente al parque de San Julián, pedía (o sugería) que no la tocaran más, como a la rosa juanramoniana, dejándola ya en paz y fija en un sitio y poniendo así fin al carácter itinerante que viene teniendo desde que empezaron a zarandearla de acá para allá.
Como es natural, quienes escribimos y opinamos no debemos tener la menor esperanza en que nuestras ideas sean recibidas benévolamente por quienes tienen la capacidad decisoria, a saber, los sabios y todopoderosos integrantes del gremio político. Cincuenta años de ejercicio periodístico avalan de sobra mi convencimiento en la inutilidad de lo que podamos decir o escribir. En este caso, también.
En un alarde de imaginación a la búsqueda del más difícil todavía, el estamento promotor y organizador de la Feria del Libro de Cuenca ha decidido ensayar una nueva ubicación. Tras haber pasado sucesivamente por el recinto ferial de La Hípica, la calle Aguirre, los jardines de la Diputación provincial, la Plaza Mayor de Cuenca y el parque de San Julián, para este año han puesto sus ojos en la árida Plaza de España, donde las casetas de librerías podrán coexistir en amistosa francachela con el botellón nocturno que señorea ese lugar, a la sombra del decrépito mercado municipal y bajo el paraguas vigilante de la  severa autoridad gubernativa
Me repito y vuelvo a decir lo del año pasado: estaría bien dejar de marear la perdiz y en su lugar hacer votos para establecer un sitio fijo y definitivo. Hágase una encuesta o sondeo, háblase con libreros, editores, escritores, bibliotecarios y lectores, sobre todo con los lectores, especie en claro retroceso, a quienes conviene oír atentamente para saber qué prefieren y a dónde les gustaría ir para contemplar, hojear y, si es posible, comprar, libros. Y póngase fin a este lacrimógeno vagabundeo por calles, jardines y plazas. Vaya, que no es tan difícil resolver lo que en tantos otros lugares han podido hacer.

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