viernes, 13 de abril de 2018

LA CRUZ YA ESTÁ TRANQUILA



Me pregunto si ha merecido la pena tanta resistencia, ese empecinamiento en mantener sobre la cruz la leyenda alusiva a José Antonio Primo de Rivera, con el añadido decorativo de yugos y flechas. Me pregunto si, sabiendo lo que al final debería ocurrir de todos modos, tenía alguna utilidad, no se si para la intimidad de alguien o para el bienestar colectivo, esa resistencia pasiva, ese negarse a acatar lo que dispone la ley, ese contencioso, largo y cansado, a través de los tribunales. Seguramente, alguien, o algunos, los que han mantenido esta situación un año tras otro, con su periódica cuota de aparición en los medios informativos, mientras corrían comentarios de acá para allá, habrá (o habrán) encontrado alguna satisfacción en este ridículo suceso.
Terminó la historieta. Al final, sucedió lo que desde el comienzo estaba señalando que debería suceder: ya no hay leyenda, ya no hay simbología fascista. Y, de paso, como estrambote final, esta Semana Santa, los turistas paseantes por la plaza del Obispo Valero no han tenido ocasión para burlarse ni para hacerse fotos que llevar en la galería del móvil para luego mostrarla alegremente en reuniones de amigos y comentar con jolgorio las cosas de Cuenca.
Ya no hay leyenda. La cruz, ahora, permanece solitaria, muy expresiva, acorde con lo que es el sitio, la esquina entre la catedral y el palacio episcopal. Y, de paso, han limpiado el lugar de las infames llamaradas de pintura que manos aviesas y torpes habían lanzado sobre él.
Y los que temían el alboroto incendiario de los nostálgicos del tiempo ido (y que no volverá, espero que nunca jamás) se han conformado con el habitual repertorio de mensajes insultantes, que esa parece ser la más extendida utilidad de las redes sociales. Luego, nada, paz y tranquilidad.
Verdaderamente, no merecía la pena tanto esfuerzo.


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