Cada vez que paso por las
Escalerillas del Gallo no puedo evitar una mirada melancólica (o sea, un tanto
entristecida) al pequeño receptáculo que hay junto a ella, cerrado, decrépito,
en el que todavía aletea, como una mirada al pasado, el letrero que dice Sala El
Almudí. Probablemente soy de los pocos que miran hacia ese lugar y quizá de los
todavía menos que cae en la cuenta de lo que dice ese letrero. Claro que también
hay que considerar que pertenezco al mínimo número de personas que tuvo algo
que ver con esa sala y su mantenimiento
activo.
Todo lo que se refiere a tratar
del pasado corre el riesgo de parecer como perteneciente a otro mundo, si
tenemos en cuenta la rapidez, la aglomeración de sucesos que vienen
condicionados por la actualidad de cada momento. Asumo ese riesgo y miro hacia
atrás. Antes de que existieran muchas de las cosas que hoy conocemos, el
Ayuntamiento preparó un mínimo recinto descuidado, en la planta baja y lateral
de El Almudí, para que sirviera de sala de exposiciones y allí, en ella,
aterrizamos un buen día unos cuantos aventureros de esa cosa insignificante que
llamamos cultura. La abrimos con cuatro perras, sin presupuesto, sin dotación
alguna, ni de material ni de personal y la pudimos mantener abierta un buen
tiempo, hasta que llegaron posibilidades mejores y otras perspectivas
ambientales.
En la fachada de este pequeño
recinto sigue luciendo el letrero. Probablemente -ya lo he dicho- nadie lo lee,
nadie cae en la cuenta de que en él se dice. Y quizá llegará un tiempo en que
se olvide por completo lo que significa. Antes de que llegue ese momento, lo
anoto aquí, para que se sepa. Si es que a alguien le importa.
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