Faltan pocos
días para que eche el cierre la exposición Legado,
con la que la Casa Zavala ha reabierto sus puertas tras haber estado dos años
cerrada, como consecuencia de la crisis administrativa y económica sufrida por
la Fundación Saura que hasta entonces la estaba ocupando. La liquidación,
ciertamente vergonzosa de esta instalación que Antonio Saura concibió con los
mejores deseos pero que nunca llegó a desarrollarse de una manera adecuada, ha
hecho posible que el Ayuntamiento recupere el pleno dominio y control (que
nunca debió perder) de la Casa Zavala, que así entra en una (ojalá) nueva
dimensión. De hecho, en los planes municipales figura, tras la primera
exposición, una más que en noviembre, con el título ‘La piel de la tierra',
ofrecerá una muestra de fotografías de Gustavo Torner.
Pero
hablamos de la primera, la de la reinauguración. Legado se podrá ver hasta el 18 de octubre. Se trata de una
recopilación de 75 obras procedentes, en su mayoría, de la viuda de Zavala,
Antonia Gallardo Galindo, y del Patrimonio municipal, que atesora más de mil
piezas entre cuadros, esculturas o documentos. La exposición se divide en
cuatro espacios. El primero, ‘Tiempo y lugar', alberga obras de artistas de la
talla de Marco Pérez, Fausto Culebras, Wilfredo Lam o Virgilio Vera. En el
segundo, “Rostros, miradas, retratos”, se puede encontrar una colección de
retratos de los siglos XVIII al XX. El tercer espacio, "El universo
conciso", se forma con paisajes y bodegones. El último, "Lo
trascendente imaginario" cuenta con obras religiosas, entre las que se
encuentran un retrato de San Julián cedido por la Diputación y una copia de
Ribera, procedente de la casa anterior a Zavala, la de los Cerdán de Landa, patrimonio actual de la
Catedral.
No faltó, en el arranque de la exposición,
un conato de polémica cuando la Asociación de la Memoria histórica hizo pública
una censura porque en la muestra se estaba exponiendo una placa cerámica
realizada por Marco Pérez al final de la guerra civil recogiendo los nombres de
los concejales que había sido asesinados “por Dios y por España”, que había
estado situada en el salón de plenos del Ayuntamiento hasta la llegada de la
democracia y que, al ser retirada, ha pasado a formar parte del patrimonio
histórico-artístico de la ciudad. A pesar de ese valor reconocido, los portavoces
de la citada asociación creen que se exposición pública es una falta de
sensibilidad hacia quienes fueron derrotados en la guerra civil. Se trata, una
ocasión más, de confundir las churras con las merinas. Esas apelaciones no
tienen nada que ver con el hecho de que la placa en cuestión es una magnífica
obra de arte que, además, Marco Pérez trata con un delicado respeto la temática
recogida y que, finalmente, esa memoria histórica a la que se apela significa
recoger todos los elementos que la integran, no destruir unos para que solo
prosperen otros. Eso es lo que hacen los talibanes integristas cuando destruyen
en sus países monumentos artísticos procedentes de la antigüedad.
Pero a lo que voy:
quedan pocos días para visitar la exposición y no hay que perderlos.
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