domingo, 2 de julio de 2017

LA JONDE, EN CUENCA


Busco en los medios, impresos y digitales, algún comentario (crítica es mucho decir) sobre el que posiblemente ha sido el mayor acontecimiento musical de la temporada que ahora termino y, como me temía, no encuentro ni una palabra. Ni una foto siquiera, que era el recurso empleado hasta no hace mucho para dar, al menos, fe de lo sucedido. Pero nada hay sobre el que ha sido, como me cuentan, memorable concierto de la Joven Orquesta Nacional de España, el pasado día 26, en el Teatro-Auditorio de Cuenca.
            Me lo cuentan porque, desdichadamente, yo estaba esos días fuera de la ciudad y, por tanto, me lo he perdido y lo siento, no solo por la JONDE, que ya es mucho, sino porque en esta ocasión venía nada menos que con la Novena Sinfonía de Mahler, una de las obras que marcan las cumbres de la música moderna, equiparable en grandeza, profundidad y sentimiento a los momentos culminantes de Beethoven o Bach. Así que doble sentimiento, derivado de las limitaciones humanas que nos impiden poder estar en dos sitios a la vez, salvo en las historias de ciencia-ficción.
            Cuando yo entré en el mundo de la música, como programador, Mahler era una especie de monstruo temible, con el que muy pocas orquestas españolas se atrevían, por la complejidad de sus estructuras y las exigencias de formaciones capaces de acometer el impresionante mundo creativo que el compositor ponía en juego. Esporádicamente, en algún concierto de cámara aparecía una pieza menor, apenas un aperitivo para lo que Mahler representa. Pero llegó la oportunidad de poder tener al alcance de los melómanos una auténtica sinfonía. Fue con ocasión de la celebración del décimo aniversario del Teatro-Auditorio, y vino de la mano de la Orquesta Sinfónica de Berlín, con el maestro Eliahu Inbal al frente, para interpretar la Sexta Sinfonía.  Verdaderamente, la ocasión mereció la pena y yo me sentí especialmente satisfecho (y orgulloso también, por qué no decirlo) de que al fin una obra completa de Mahler hubiera podido oírse en un Auditorio que estaba dando justos motivos para ser considerado como un completo recinto musical de primer orden. Un par de años después, la misma orquesta berlinesa y con el mismo director volvieron, en este caso dentro de la programación de la Semana de Música Religiosa y ahora con la Novena.

            Pocas orquestas españolas se atreven con Mahler. La JONDE lo acaba de hacer y, por lo que me dicen, ha estado a la altura de una formación de primer orden, seria, conjuntada, con la sonoridad vibrante que exige una obra de esas características, un testamento musical en el que el compositor transmite a los oyentes la profundidad de unos sentimientos que van de la angustia a la esperanza y la consolación, en vísperas de que llegue el momento del tránsito vital. Con esta Novena, Mahler se despedía de la vida, dejando inconclusa la Décima. Oírla es, cada vez, una emocionante experiencia. Y en manos de los instrumentistas de la JONDE una cálida expresión admirable.
             Que debería haber merecido en los medios que se llaman de información la atención justa y necesaria.

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