jueves, 5 de enero de 2017

HORROR VACUI SONORO

         Entro en una cafetería, con un par de amigos, con la sabia intención de hacer lo que propiamente corresponde a establecimientos de ese nombre, o sea, tomar un café. El ambiente es agradable, sosegado, con un nivel acústico algo inferior a lo que es habitual por estas latitudes, donde lo normal es que todo el mundo hable a voz en grito. Quizá es así porque aún no hay demasiada gente: se ve que no es todavía la hora de que los funcionarios de alrededor salgan a disfrutar del asueto horario que les corresponde. Así y todo, el local está bien de público.
            Nos quedamos en la barra, intercambiando las correspondientes palabras de cortesía con el amable camarero, conocido de todos nosotros. Miro distraídamente alrededor. A un lado de la barra, una pantalla de televisión reproduce imágenes de lo que parece una tertulia de actualidad, una de tantas. Se ve a los actores de la comedia hablar y gesticular pero apenas se oye lo que dicen, aunque se puede adivinar gracias a la sucesión de inagotables subtítulos que van desfilando por la parte inferior de la pantalla.
            Me giro un poco y más allá hay otra pantalla, con otra cadena que está transmitiendo un partido de fútbol. Aunque ya se que en este país se juega al fútbol todos los días y a todas horas, me parece que no es fácil que ese sea un partido de verdad, en directo y, en efecto, en determinado momento se nos dice que se trata de un encuentro del campeonato del mundo de Brasil. Es una forma como otra cualquiera de llenar el tiempo.
            Doy la vuelta y observo que al fondo, en un rincón, sobre las mesas, hay otra pantalla en la que se recogen las contorsiones y evoluciones de un par de mozalbetes con sus guitarras (o lo que sea que retuercen entre las manos) interpretando, creo deducir, una pieza musical, igualmente inaudible. Intentando descifrar el logotipo situado en la parte inferior deduzco que se trata de una emisora musical.
            En la pared de enfrente, la pantalla reproduce mensajes publicitarios. Es fácil deducir que pertenece a la empresa Playthenet que, dicen, ellos mismos y los demás, ha venido a este mundo para, desde Cuenca, revolucionar la publicidad exterior y al parecer lo están logrando. Mejor para ellos.
            Estoy intrigado tras este recorrido visual y lo continúo, ahora ya de manera consciente. Aún hay otra pantalla, con busto parlante que debe estar leyendo noticias, porque pertenece al canal 24 Horas de TVE. Pero no es la última: queda una sexta, misteriosamente apagada, a oscuras.
Nadie hace caso de lo que está sucediendo en estas pantallas, ni de lo que se dice, se interpreta o se vende, pero ahí están. Por otro lado, tampoco se oye absolutamente nada. Están a un volumen bajo, discreto, y el de la sala lo apaga por completo.
El término horror vacui fue acuñado por los historiadores del arte para significar aquellos movimientos estéticos (el caso del barroco es ejemplar) que aspiran a cubrir con imágenes absolutamente todo el espacio disponible en el cuadro, la escultura, la pared o lo que sea. Es paradigmático su recurso por el arte islámico pero también en numerosos artistas contemporáneos. Pedro Merecedes lo hacía en sus figuras de barro, en las que iba grabando líneas y figuras hasta cubrir todo el espacio disponible.
No se cómo se le puede llamar al equivalente sonoro, pero eso es lo que pasa en estos locales, temerosos de que en ellos se haga el silencio que compensan llenándolo de ruido e imágenes, a los que nadie hace caso. Pero ahí están, cubriendo las paredes.


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