miércoles, 2 de noviembre de 2016

MARGARITA DE LA CULTURA


         Hoy es miércoles, vísperas del gran día en que el nuevo (¿nuevo? ¿renovado?) presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va a hacer pública la lista de quienes a partir del viernes se sentarán en el Consejo de Ministros. No me importa reconocer, a riesgo de que se me tilde de ciudadano no comprometido con las graves cuestiones de su país, de que me importa un comino el contenido de tal lista de prohombres y promujeres (si existen los primeros, ¿por qué todavía ninguna líder feminista ha reivindicado el segundo término?) en la que no espero ninguna sorpresa. Con toda seguridad, repetirán muchos de los mismos y quizá entre alguien de nueva planta para hacer bueno el adagio jesuítico de que la mejor forma de cambiar es no cambiar nada.
         Sólo una cosa me intriga de esta zarabanda de nombres a la que juegan los medios informativos, antiguamente bien informados y en los tiempos que corren tan desconcertados como las encuestas sociológicas que intentan medir los comportamientos humanos. Sólo una cosa, digo, y esa cosa es (intento imitar el estilo de José Isbert en Bienvenido mister Marshall) si en un alarde de progresismo y renovación, el señor Rajoy recupera el ministerio de Cultura. Si tal cosa ocurre, se habría producido un giro radical en las costumbres del presidente y de su partido.
         El ministerio de Cultura es un invento de la democracia. Como es natural, a Franco no se le ocurrió ni remotamente tener tal cosa en sus gabinetes, a pesar de que ya para entonces aparecían algunos en los países llamados progresistas. Pero tan pronto Adolfo Suárez formó su primer gobierno, en 1977, allí apareció Pío Cabanillas como ministro de Cultura, tras haberlo sido de Información y Turismo; el departamento continuó existiendo, de manera continuada, cuando el PSOE sucedió a la UCD, figurando entre sus ocupantes uno muy destacado a efectos locales, Javier Solano, bajo cuya gestión se llevaron a cabo iniciativas tan importantes para Cuenca como el Teatro-Auditorio, la restauración del Edificio Palafox y la del Archivo Histórico provincial.
         Todo iba más o menos sobre ruedas para la Cultura hasta que en 1999 llegó el PP encabezado por José María Aznar y el ministerio fue arrumbado, pasando a ser un apéndice incómodo del de Educación, uno de cuyos titulares fue, pásmense ustedes-vosotros Mariano Rajoy. La situación volvió a enderezarse con el retorno de los socialistas, ahora con José Luis Rodríguez Zapatero como jefe del tinglado gubernamental, que abrió hueco a ministros poco decisorios pero bien vistos en los ambientes culturales, como Carmen Calvo, César Antonio Molina y la última y más polémica, Ángeles González Sinde, cuyo rostro viene a acompañar estas palabras, en una especie de póstumo homenaje al incómodo ministerio que va y viene como las olas del mar.
         De manera que entre 2011 y 2016 no ha habido ministro de Cultura, sino un secundario llamado secretario de Estado, con más buena voluntad (José María Lassalle) que efectividad, sobre todo si por encima de él tiene a un personaje tan funesto como José Ignacio Wert, felizmente evaporado al dolce far niente parisino donde se recupera de sus desaguisados ministeriales.
         La cuestión, ahora, es ésta: ¿volverá a existir un titular de Cultura sentado en igualdad de condiciones entre los tertulianos del consejo de ministros? ¿Llevará Mariano Rajoy su voluntad de cambio hasta el extremo de caer en la cuenta de que existe algo llamado Cultura, merecedora de tener el mismo rango que las carreteras, las enfermedades, los estudios de primaria o la dependencia?

         La solución, mañana. Se admiten apuestas y porras.

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