martes, 11 de octubre de 2016

EL PLACER DE LEER SIN SER JOVEN


            Antonio Muñoz Molina hace en Babelia una brillante exégesis de la obra de Julio Verne en general y en especial de Veinte mil leguas de viaje submarino, en la que ha reencontrado, al cabo de tantos años, “la emoción que me había deparado cuando la descubrí” en una temprana edad adolescente y hace un alegato en favor de la relectura de libros considerados de interés juvenil, cuando en realidad, explica (y no le falta razón) al volver a encontrarlos en edad adulta, la experiencia y el conocimiento permiten hallar en ellos una cantidad de sensaciones y sugerencias que pasaban desapercibidas precisamente cuando lo contrario (la inexperiencia) acompañada de una lectura rápida en busca de emociones hacía pasar de largo por el riquísimo caudal literario encerrado en una obra que no es nada insustancial y menos aún superficial. El capitán Nemo es el personaje más vigoroso a la vez que misterioso (casi nada se sabe de él) que ofrece la literatura narrativa del siglo XIX. Y que encontró en James Mason el adecuado alter ego capaz de llevar al cine la compleja personalidad del piloto submarino en un memorable film firmado por Richard Fleischer en 1954, justo contrapunto del alocado Kirk Douglas, que acaba de cumplir 99 años, resistiendo a uno de los infinitos y míseros infundios que se generan y multiplican en la red, dando por muerto a quien todavía sigue vivo. La defensa que Muñoz Molina hace, sólidamente razonada, de la conveniencia de leer en la edad adulta libros que recibieron en su momento el sello de ser juveniles debería ser aplicada por quienes perdemos tantísimas horas enfrascados en embeber las últimas novedades para llegar al final de las páginas cerrando la última con desconcierto cuando no frustración. Seguiré su consejo y en los próximos días volveré a leer quien sabe si Veinte mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días o Viaje al centro de la tierra, o cualquiera otra de las maravillas que imaginó su mente poderosa y, en contra de lo que sea cree, nada fantástica, sino muy apegada a la realidad y al conocimiento del mundo y la condición humana.


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