martes, 9 de agosto de 2016

LA PAZ DE LOS MUERTOS



Anuncian que uno de los platos fuertes de las próximas fiestas de San Julián será un acto organizado con toda la pompa y parafernalia necesarias para entregar el título de Hijo Predilecto de Cuenca a tres ciudadanos considerados merecedores de recibir tan alta distinción, con las que los pueblos vienen honrando a aquellos de sus vecinos que han destacado de alguna forma especial en cualquier terreno, singularmente en las artes y las letras. Es, desde luego, un acto de justicia que enaltece a los regidores municipales que así actúan. En el caso que nos ocupa, los tres eméritos conquenses dignos de pasar a engrosar la galería de hijos distinguidos son Víctor de la Vega, Ismael Barambio y José Luis Lucas Aledón.
Si en esta ciudad de nuestras amarguras las cosas se hicieran como debe, en el acto en cuestión el pintor Víctor de la Vega nos demostraría con su firme trazo cómo se hace un cuadro, el poeta José Luis Lucas Aledón nos leería unas emotivas cuartillas y el guitarrista Ismael Barambio rasguearía las cuerdas y el sonido del instrumento cruzaría la sala con su alegre melodía. Pues no va a ser así, miren ustedes: los tres están muertos. Imagino que, desde donde quiera que estén reposando sus cuerpos o sus cenizas dirán a coro: a buenas horas, mangas verdes.
Más allá de la anécdota, sería cosa de meditar en serio sobre qué especie de complejo atenaza de manera constante a nuestros concejales, que les impide tomar decisiones cuando deben hacerlo. Sin querer llevar el comentario más allá de las circunstancias que lo motivan, podríamos preguntarnos por qué no son capaces de decidir en vida quienes son los que deben resultar agraciados con las distinciones. Hay una suerte de cobardía, de inseguridad, de indecisión, de no atreverse a señalar con el dedo a este o aquel por si acaso alguien levanta la voz de la disconformidad, o por si es de izquierdas o de derechas o cualquiera otra de las sandeces que suelen flotar sobre el ánimo de quienes tienen que tomar estas decisiones. Para evitar compromisos o posibles polémicas, esperamos a que se mueran y entonces, dos o tres años después, se les hace Hijo predilecto, o adoptivo, o se le da una medalla, o se pone su nombre a una calle. Los vivos son peligrosos, porque hablan, dicen y algunos, incluso, piensan y opinan. Los muertos son todos buenos y no molestan. De manera que ese es el mejor momento para darles un premio. Forma parte de la naturaleza del ser conquense.


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