La pobre Carretería ha devenido realmente en alma en
pena. Lo digo con tristeza personal, porque soy uno de los partidarios
convencidos de que el destino de todos los centros urbanos que hay en el mundo
(al menos en el sector que llamamos civilizado) es el de ser utilizados
exclusivamente por los seres humanos yendo a pie. Eso, que parece cosa fácil de
resolver –son cientos los ejemplos que hay en ciudades del más variopinto
pelaje político, desde la nórdica San Sebastián a la sureña Sevilla- se ha
convertido en Cuenca en un drama de aparente insoluble solución. Por supuesto,
hay que considerar la resistencia malsana, activa y pasiva, de tantos enemigos
como ha tenido tan sensata medida, y también la torpeza inicial de quienes
implantaron un sistema peatonal que, aparte de estéticamente feo es de una
ineficacia supina, a lo que se debe añadir, como remate postrero, la abulia de
quienes ahora son responsables del desastre, muy rápidos a la hora de anunciar
remedios tan pronto se hicieron con el poder municipal e incapaces de aportar
ni una sola medida en el año que ya llevan disfrutando de las gabelas edilicias.
Y ahí está la pobre Carretería, como alma en pena
(repito el adagio) viendo pasar los días entre tristezas y soledades, infiel a
su vocación de calle mayor provinciana que no le dejan ejercer en plenitud. Ahora
la han vestido con unos paneles fotográficos semanasanteros y ese pequeño
detalle sirve para proporcionar un poco de animación a la desangelada textura
urbana, lo que viene a demostrar que, en realidad, lo necesario para
revitalizarla es precisamente que se la dote de elementos complementarios
capaces de traer animación a la calle además de paseantes y visitantes. Es lo
que sucede cuando llega el verano y se implantan las terrazas, pero eso en
Cuenca dura tan poco tiempo y, a cambio, es tan duro y largo el invierno que la
calle se viene abajo y queda envuelta en un halo de melancolía digna de los más
profundos lamentos románticos.
Carretería necesita que de una vez por toda se
acometa su verdadera peatonalización. Que desaparezcan las miserables y
putrefactas maderas cuya utilidad nunca existió. Y que se la vista, con árboles,
con flores, con paneles gráficos, con figuras escultóricas, con mimos plantados
en las esquinas, con saltimbanquis haciendo malabares, con músicos animando el
paseo. Con seres humanos, en definitiva. Y con imaginación, mucha imaginación,
que es de lo que menos hay en esta ciudad.
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