Para conmemorar debidamente, en forma visible, que
nos encontramos en el año Cervantes (ya saben: se cumple el centenario de su
muerte) nada mejor que organizar una buena movida callejera y arremeter
briosamente, con valor y entusiasmo, contra la figura escultórica en hierro que
hace menos de un año todavía quedó instalada en la calle de San Esteban, junto
al Centro Cultural Aguirre.
Imagino que, como en ocasiones similares, los
valientes descendientes de Vandalia se habrían calentado previamente con las necesarias
dosis de alcohol (era sábado, día de botellón, actividad perfectamente
consentida en las calles de Cuenca) y también oirían los gritos de entusiasmo
de unos sobre otros para animar a los protagonistas a llevar adelante la
operación destructora que, finalmente, logró sus objetivos, dando con la figura
en tierra, donde quedó el buen e inocente caballero tendido cuan largo es
(cuatro metros de altura) víctima en este caso no de aspas de molino ni de
recipientes de cuero sino de la furia juvenil que hace de esta ciudad un
emporio para la incultura, la cutrería y lo soez como forma habitual de
convivencia.
Como es natural, se ha abierto una investigación.
Siempre se abre una investigación. Nunca se sabe que las investigaciones
lleguen a ningún sitio, pero la autoridad se consuela sabiendo que ha abierto
una investigación y así tranquiliza su inoperancia impotente.
El herrero de San Antón, José Luis Martínez, cargado
con la filosofía estoica que anima su trabajo, ya ha puesto manos a la obra de
recomponer la escultura. Que se sepa, nadie se lo ha encargado y tampoco nadie
(del estamento oficial municipal), según me dicen, se ha acercado a darle las
gracias. Yo si lo he hecho. Mientras hacía las fotos del desastre hemos
intercambiado algunas amargas palabras sobre la situación en que vivimos y la
tolerancia ciega que ya forma parte de la naturaleza de lo conquense. Y le he
dado las gracias. Por su trabajo, por su paciencia inconmovible, por la
serenidad con que asume volver a poner en pie a Don Quijote. Porque esa es la
mejor forma de combatir a los bárbaros: volver a empezar una y otra vez, hasta
que se cansen o busquen otro objetivo en el que descargar su furia animal.
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