martes, 8 de septiembre de 2015

ADIÓS, TERRAZAS, ADIÓS



            Cansinamente, a regañadientes, sin querer aceptar la certeza de lo inevitable, la ciudad vive sus últimos días de terrazas al aire libre. Para un sitio como Cuenca, sometido durante no menos de nueve meses al año (a veces, más) a los rigores de un invierno implacable, la llegada de la calma veraniega, no digo ya de los excesos calenturientos de este año, sirve de desahogo colectivo y ello explica el apasionamiento con que muchos se lanzan a disfrutar diariamente del placer de poder estar en la calle, asumiendo como obligación diaria pasar unos buenos ratos, ya sea por la mañana, al mediodía o al caer la tarde, en las múltiples terrazas que como setas surgen hasta en rincones inverosímiles, incluso ingratos, de los que me hacen pensar en qué tipo de placer (salvo el de fumar) puede encontrarse ocupando sitios tan inhóspitos como los elegidos por algunos bares. Son excepcionales, desde luego. Al lado de ellos, la Plaza Mayor o Carretería, dos de lugares más zarandeados que pueden encontrarse en estos andurriales vienen a ser remansos de disfrute. Comprendo que los bares hayan optado por tener disponibles las terrazas durante todo el año, por si acaso suena la flauta y entre los fríos que nos esperan surge un rayo de sol que anime a volver a ocupar esos espacios. Estamos en septiembre y, en contra de costumbres seculares, las terrazas siguen estando vivas, agotando sus últimos días de esparcimiento. Es un símbolo, uno de los elementos característicos de esta ciudad singular.



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