José Luis MUÑOZ
Los amigos de cuestiones
culturales, especialmente si tienen aficiones literarias, turistas curiosos y
desocupados en general tienen una interesante manera de entretener aficiones,
curiosidades y ocios, dando un paseo, todo lo detallado y premioso que quieran,
por las salas de la Fundación Antonio Pérez, que estos días y durante todo el
verano, están dedicadas a una interesantísima exposición fotográfica, El rostro de las letras, resultado de
una múltiple colaboración institucional coordinada por Publio López Mondéjar,
el gran especialista español en historia de la fotografía, miembro de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando y conquense de nacimiento, por más
señas, detalle localista que siempre conviene mencionar para que no haya
equívocos.
En ese paseo,
entretenido y cargado de sugerencias, encontramos una apabullante colección de
imágenes de escritores, tertulias y ambientes literarios desde los primeros
tiempos de la captación de fotografías hasta vísperas de la guerra civil. Son,
por tanto, obras que pertenecen a la arqueología de la técnica fotográfica a la
vez que un apasionante retablo que nos acerca los rostros, los gestos, las
actitudes, costumbres y casi obsesiones de esas personalidades que conocemos a
través de su obra pero que ahora se convierten en figuras reales, visibles,
casi tangibles. Algunas de esas fotografías ya las conocíamos, incorporadas a
otros textos, pero la mayoría resultan casi inéditas y, desde luego, lo que
impresiona es verlas todas juntas. Ahí están los grandes nombres de lo que
algunos quieren llamar la Edad de Plata de las letras españolas y que casi
viene a ser también de oro, como la legendaria de los tiempos clásicos.
Personalidades incombustibles, como Machado (los dos Machado), Valle Inclán,
Baroja, Pérez Galdós, Rosalía, Pereda, Azorín, Ortega, Unamuno, Azaña,
Benavente, Gómez de la Serna y el repertorio inmenso de todos los que marcaron
esa época, desde el Romanticismo hasta la guerra civil, tan fecunda en las letras
como apasionante en la sociedad y la política aparecen ahora en las paredes de
la Fundación, mirándonos fijamente, con semblantes lúcidos que parecen seguir
vivos, contemplando este presente que muchos de ellos imaginaron sin acertar
nunca a predecir las condiciones en que se produciría ese futuro. Hay, en el
deambular por las salas, un intercambio de miradas, las nuestras sobre ellos y
a la inversa, experiencia que proporciona a esta exposición una notabilísima
vigencia.
Son dos
centenares de obras gráficas, que se complementan con algunos libros y
documentos pero es también un breve repaso por la historia de la fotografía,
desde los tiempos del daguerrotipo hasta el explosivo comienzo de la prensa
gráfica, ya en los albores del siglo XX. Como se dice en el folleto
explicativo, y yo recojo sin tapujos, los
visitantes descubrirán una gran selección de fotografías colecciones de
postales, folletos, ediciones de novelas populares con las efigies de los
escritores, álbumes en los que se guardaban los retratos familiares y de las
celebridades del día y ejemplares de las grandes revistas ilustradas de la
época, en las que se publicaban regularmente los retratos de nuestros
escritores. Todo ello completado con citas y frases de los autores más
brillantes de los que están representados en la muestra. Lo dicho: una forma
muy útil e instructiva de ocupar el tiempo libre veraniego, que es mucho.
Quizá, por
poner un pero, apropiado al espíritu crítico que uno lleva dentro, podría decir
que se echan en falta algunos autores conquenses. Hay, me parece, una solitaria
representación, mediante la portada de un libro de Rafael López de Haro en que
aparece su imagen, pero no hay nada de González-Blanco, o de Luis Esteso, por
señalar dos nombres muy significativos de la presencia de Cuenca en la
literatura anterior a la guerra civil.
(Una de las fotografías expuestas, la histórica tertulia de
Pombo, dirigida por Ramón Gómez de la Serna)
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