Siempre se me despierta algo parecido a la envidia (sana
envidia, decían los antiguos para justificar un sentimiento tan malsano,
castigado por la doctrina de los puritanos) cuando leo noticias que hablan de
iniciativas que podrían muy bien tener acomodo entre nosotros, porque son
asequibles, realizables y no excesivamente caras. Acabo de encontrar una de
ellas: el propietario de la conocida firma de modas Prada ha financiado la
apertura de un centro cultural utilizando las abandonadas instalaciones de una
antigua destilería. En ese ámbito, habrá una exposición permanente combinándola
con actuaciones en vivo, proyecciones de cine, debates sobre la cultura, etc.
De todo ello me quedo con la segunda parte de la ecuación. Es decir, no pienso
para nada en el multimillonario promotor pero sí en el espacio elegido para
montar la actividad, que no es un mamotrético edificio construido con todos los
despilfarros posibles (de los que hay tantísimos ejemplos en todo el mundo,
incluyendo el estúpido Bosque de Acero conquense) sino de la reutilización de
algo ya edificado, sencillo, popular, de carácter industrial, abandonado en su
uso porque los tiempos tienen otras exigencias. Eso me lleva a recordar que
hace unos años unas cuentas personas promovimos el intento de recuperar, con
fines parecidos, algunos de los grandes cocharones destartalados que aún se
mantienen en pie en los terrenos de la estación del ferrocarril, y que
cualquier día caerán sin piedad cuando algún listo decida enviar allí la
piqueta demoledora, sin avisar. Esas instalaciones, como toda la estación, por
otro lado, son un símbolo visual de una época de esta ciudad, un recuerdo
tangible de cuando existían trenes de verdad, que pasaban constantemente,
muchos de ellos mercancías encargados de transportar todo tipo de materiales,
formando un tráfico que entretenía muchísimo a los niños y a los mayores, para
quienes ir a pasear a la estación era una ocupación cotidiana y muy
estimulante. Pasó todo, como pasa el tiempo, y esas grandes naves quedaron ahí,
aparcadas, fuera de uso, dormidas si no es que están ya muertas. Antes de que
las hundan del todo, convendría mantener en pie al menos una de ellas como
recuerdo simbólico de aquella época. Y reutilizarla, naturalmente, como
sencillo centro cultural, teniendo en cuenta, además, que en esa zona moderna de
la ciudad, densamente poblada, no hay ninguno y sus habitantes también tienen
derecho a tenerlo.
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