miércoles, 6 de mayo de 2015

VOTAR A DISGUSTO

            Hay una sensación generalizada de disgusto, de insatisfacción, sobre el contenido nominal de las listas electorales. Se puede apreciar en cualquier ambiente, en la conversación familiar, la tertulia amistosa, comentarios cazados al vuelo en la calle o la barra del bar. Un lamento colectivo nos hace coincidir a la hora de valorar algunos de los nombres incluidos en esas listas, nombres que quisiéramos borrar mientras nos irrita la obligación de votarlos necesariamente, en contra de opiniones y conciencias, simplemente porque el sistema ha decidido forzar, contra toda razón, la existencia de listas cerradas. De manera que al amparo del presunto tirón del cabeza de la lista o por disciplina o simpatía ideológica, el inocente votante (cada vez más cabreado) se enfrente a la disyuntiva de quedarse en su casa o meter en la urna la papeleta en la que figura uno o varios nombres que de buenas ganas tacharía.
Está de moda criticar la forma en que se hizo la transición política española, un proceso que durante mucho tiempo sirvió como ejemplo a seguir para otras democracias aún más recientes. Es el tributo necesario que debe pagarse para satisfacer a los jóvenes iconoclastas (y todos hemos sido jóvenes en algún momento de nuestras vidas) deseosos siempre de implantar un tiempo nuevo. La crítica generalizada, así planteada, es injusta porque ignora los matices pero, sin embargo, tiene elementos de necesaria consideración positiva. Algunos, incluso, provienen de más atrás, de antes de la irrupción en el panorama político español de fuerzas que a su afán renovador añaden
propuestas enormemente atractivas y por ello van ganando en simpatía popular.
            En ese repertorio debe incluirse el disgusto con que una gran cantidad de ciudadanos asistimos en cada convocatoria electoral a la presentación de las listas cerradas que cada partido ofrece con los integrantes de su candidatura. El sistema es perverso y necesita con absoluta urgencia ser sustituido por otro totalmente abierto. Es necesario hacerlo así en todo el proceso de citas democráticas, pero de manera singular en el que se refiere a la composición de los ayuntamientos, por la cercanía y el conocimiento que todos tenemos de las personas que se nos ofrecen para ser elegidas y que, con nuestro voto a ciegas hacia una lista determinada va a propiciar que se incorporen al seno de la gestión municipal hombres y mujeres que no merecen nuestra confianza.
            Parece evidente que los más interesados en favorecer la pervivencia de este sistema son los propios partidos, cuyas maquinarias son conscientes de que esa es la única forma de poder garantizar a determinados miembros la ocupación de puestos que pueden revertirles beneficios y que de ninguna manera podrían conseguir si se presentaran abiertamente, dejando en manos de la voluntad del elector marcar o no ese nombre en concreto. Todo ello se traduce en un grave deterioro de la democracia verdaderamente representativa. Como la situación se da en todos los partidos es innecesario señalar con el dedo a este o al otro: todos son cómplices del sistema y a todos corresponde la misma responsabilidad. No parece que las nuevas opciones que se están incorporando tengan entre sus propuestas una orientada claramente a eliminar ese procedimiento y sustituirlo por el de listas abiertas, el vigente, con excelentes resultados, en el sistema anglosajón y también, hay que recordarlo, en la España de la Restauración decimonónica. La nefasta lista d’Hondt es un invento moderno, en mala hora implantado durante la transición.
            Ahora que todos hablan tanto de la regeneración de la democracia española no estaría de más que hablaran también, abiertamente, sin tapujos, de la eliminación de las listas cerradas, al menos para definir la composición de los Ayuntamientos. Así no sentiríamos, como sentimos, la insatisfacción que nos produce la penosa lectura de las candidaturas elaboradas por los partidos en la ocasión actual y que invitan, como mejor solución, a que los votantes se queden en sus casas.

            Y no sucedería, como ya ha ocurrido en varias situaciones, que surge la necesidad de eliminar de las listas a nombres indeseables, incorporados a la candidatura por quienes, recién llegados, no conocen el percal que anida en el terruño.

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