Dentro de
no mucho, en 2018 (apenas nada, un suspiro en la marcha veloz del tiempo) se
cumplirán doscientos años desde el día en que el rey Fernando VII otorgó al
Ayuntamiento de Cuenca el derecho de propiedad, junto con la obligación de custodiarla
y mantenerla, de una sencilla ermita situada junto al puente de San Antón y
dedicada a una no menos sencilla imagen conocida popularmente, por ello, como
la Virgen del Puente. Como regalo previo para incorporar al centenario, el
inmueble ha recibido recientemente el reconocimiento de Bien de Interés
Cultural, con la categoría de monumento, lo que antiguamente se llamaba
monumento nacional (cuando esa palabra, nacional, podía utilizarse con normal
libertad, sin despertar las iras de nadie).
Podríamos
preguntarnos por qué ha tardado tanto tiempo en llegar esa distinción honorífica,
teniendo en cuenta que la mayoría de las iglesias de la ciudad ya cuentan con
ella desde hace años mientras que la tramitación de ésta se ha prolongado
durante un tiempo a mi juicio excesivo. En efecto, durante varios años (menos
en los últimos) menudearon esas declaraciones para un considerable número de
templos conquenses, casi todos los de la ciudad y algunos muy meritorios de la
provincia. En esa cascada, sorprende que la iglesia de la Virgen de la Luz
quedara descolgada cuando, objetivamente, ofrece mayor número de valores
arquitectónicos y artísticos que otras muchas. Recordaremos, por si alguien no
lo sabe, que estamos ante uno de los más destacados ejemplos de estilo rococó
religioso de cuantos existen en España, porque esa modalidad tardía del barroco
fue aplicada generosamente en edificios civiles, pero muy raramente en recintos
de culto. Aunque la estructura arquitectónica se encuentra distorsionada por la
incrustación desmesurada de altares e imágenes de Semana Santa, sí puede
admirarse con total diafanidad la espectacular cúpula elíptica, obra excelsa
del inmenso José Martín de Aldehuela, cuya mano llegó a tiempo no solo de
reparar los cuantiosos daños producidos por los desastres de la guerra sino de
embellecer el recinto y darle ese aspecto ligero, colorista, coqueto y
verdaderamente admirable, rompiendo con la severidad tradicionalmente impuesta
a las iglesias castellanas.
En las
advertencias legales que acompañan al texto del expediente se señalan algunas
cuestiones que lleva implícita la declaración que se tramita, entre ellas que
en el entorno del templo no se podrá instalar publicidad, cables, antenas,
conducciones o cualquier otro elemento que reduzca o perjudique la adecuada
apreciación del edificio en su propio ámbito natural. Asunto que ya deberían
tener en cuenta, tomar nota y empezar a aplicar tantos aficionados como hay en
esta ciudad a colocar por doquier carteles, banderolas, contenedores, apliques
y toda clase de adminículos encargados de entorpecer la visión de los edificios
monumentales. Y en eso incluyo los multiformes objetos que unos y otros
acostumbran a depositar a las puertas del templo. Pese a todo, pelillos a la
mar y celebremos que la iglesia del Puente sea ya oficialmente un monumento que
todos los conquenses deberían conocer y ¡ay! no conocen.
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