Creo que en ningún medio se ha aireado suficientemente ni
enfatizado como corresponde el llamativo final de las obras de reconstrucción
del muro de la calle Alfonso VIII. Ni siquiera, que yo sepa, se ha celebrado
ninguna ceremonia oficial, que hubiera podido ser bien aprovechada en vísperas
electorales. Sospecho que los presuntos protagonistas de ese hipotético evento
no se habrán puesto de acuerdo sobre el reparto de los protagonismos, pues
todos querrán atribuírselo y, de paso, culpar al vecino por haber entorpecido
los trabajos. Total, que entre unos y otros nos hemos quedado sin discursos ni
parabienes. Mejor, seguramente. El caso es que el muro ya está ahí, repuesto y
en orden, llevándose de paso las dudas que muchos expresamos sobre el resultado
final de la operación, a medida que íbamos viendo el desarrollo de las obras y
la aparición de algunas maniobras de dudoso gusto, como el empeño en romper,
hasta tres veces, la red del alcantarillado. Terminan así tres años de
zozobras, desde que el muro empezó a resquebrajarse por segunda vez (porque hay
una anterior, ya casi olvidada, resuelta de modo tan chapucero que al tiempo
volvió a reproducirse) y con ello terminan también los inconvenientes entre el
vecindario y en el tráfico incesante sobre la zona afectada. En apariencia, la
solución ha sido razonable, pero siempre nos quedará la duda sobre el futuro,
porque el mal original está, no lo olvidemos, en el desastre urbanístico a que
tienen sometida a la Plaza de Mangana y mientras ese problema no se solucione,
el otro, el de la calle Alfonso VIII, permanecerá siempre latente. Así que ya
saben lo que hay que hacer.
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