jueves, 19 de marzo de 2015

UN DULCE REENCUENTRO


Jueves, 19 de marzo

            En Barcelona, su ayuntamiento ha tenido una idea singular. No debe sorprendernos: la mitad de las ideas originales que surgen en este país, estado o nación tiene su origen en territorio catalán y si bien es cierto que algunas de ellas ocasionan trastornos y sobresaltos, es igualmente verdad que otras muchas tienen unos valiosos componentes positivos que deberían servir de ejemplo para el resto del adocenado territorio de las Españas. La idea a que me refiero tiene que ver con la conservación de los establecimientos comerciales antiguos dotados de características especiales muy definidas, para los que se ha definido una norma protectora que garantice su conservación. Es una medida prudente, porque esos venerables lugares, en su mayoría de una belleza intangible, formando un espacio y un ambiente en el que los seres humanos nos sentimos a gusto (nada que ver con hamburgueserías al uso, tiendas de todo a cien, sean chinas o nacionales y tantos otros monumentos a la fealdad) suelen estar condenados a perderse en el tráfago incontenible de la modernidad que todo se lleva por delante. Si en otros lugares, véase Cuenca, existiera un Ayuntamiento tan prudente y creativo como el de Barcelona, no estaríamos perdiendo, sin contemplaciones, tantos pequeños y encantadores lugares que marcaron la vida de las generaciones anteriores. Cómo no recordar, en un espacio literario, el café Colón y de ahí en adelante hasta llegar al cierre y transformación de la veterana mercería de Alonso. Menos mal que, por iniciativa propia, se producen cambios de rumbo como el que nos ha permitido recuperar la Churrería del Tío Santos (asunto al que ya dediqué el oportuno comentario) o el que ahora nos devuelve la histórica pastelería de Lerma, gracias a que un nieto del fundador, Antonio, ha tomado la heroica decisión de retomar la actividad confitera, iniciada en 1927, y devolvernos así no solo la visión del local sino también la posibilidad de seguir disfrutando de sus riquísimas ofertas, con los milhojas en cabeza. Pero si miramos hacia otros lugares de esta desamparada ciudad, tan necesitada de ideas felices, atrevidas, originales, no hay más remedio que temblar porque nunca se sabe en qué punto alguien echará el cierre sin que haya una medida protectora, una decisión municipal dirigida a conservar lo que merece la pena ser mantenido pese a los cambios y las modas. Lloriqueos aparte, alegrémonos del retorno de Casa de Lerma y demos satisfacción a los placeres gustativos que traen consigo los dulces.


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