Jueves, 26 de marzo
La primavera ha venido. Envuelta en un frío del carajo,
según expresión popular (aunque por aquí ya no se ven los grajos), en un
ambiente desapacible y ventoso, acompañada de irritadas miradas al cielo y con
la temblorosa esperanza de que tan incómoda situación cambie a mejor la semana
que viene. Porque en Cuenca, ya se sabe, todo se hace mirando a esa semana
mágica, capaz por sí sola de controlar y dominar al resto del año. Ha venido la
primavera, porque así lo dicen los expertos en meteorología aunque los de la
climatología se esfuerzan en explicarnos los misterios de un comportamiento
anómalo. Las terrazas, tan esperadas, siguen ofreciendo sus desnudas mesas que
solo algún heroico fumador impenitente se atreve a utilizar. Las muchachas
deben esperar unos cuantos días más para salir a las calles ofreciendo a la
alegría de las miradas brazos y piernas desnudos, un momento que todas esperan
con las ropas adecuadas dispuestas a la exposición. Los viejos, temerosos,
continúan refugiados, sin atreverse aún a salir a la calle en busca del sol
reparador del mediodía. Pero la primavera ha llegado. Los almendros de la
Manchuela cubren de manto blanquecino los campos y en la áspera capital los
prunos sonrosados dicen lo que la realidad se empeña en contradecir: la
primavera ha llegado, pese a quien pese.
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