José Luis Muñoz. Una visión permanente sobre las circunstancias de la vida cultural en Cuenca, comentada con espíritu comprensivo y un punto crítico. Literatura, arte, patrimonio, cuestiones cotidianas, a través de la mirada de un veterano periodista.
jueves, 27 de febrero de 2014
PACO DE LUCIA Y LAS PESETAS
Cuando muere una gran persona todo el mundo se deshace en elogios, halagos y piropos. De un artista se recuerdan sus momentos brillantes, los toques de genialidad, los momentos espléndidos con que obsequió al resto del mundo, esto es, espectadores y oyentes, rendidos ante la magia de su arte. De Paco de Lucía se puede decir todo lo que se quiera, no hay suficientes palabras en el diccionario para elaborar comentarios encomiásticos sobre su enorme capacidad para la belleza, la poesía, el encantamiento. Hizo que la guitarra, un instrumento en apariencia menor, aunque ya entonces muy consolidado gracias a otros grandes intérpretes, entrara en la categoría de lo sublime. Millones de personas, en todo el mundo, pudieron disfrutar de sus actuaciones. Para ello sólo necesitaban disponer de un pequeño detalle: dinero suficiente para pagar los conciertos que organizaban instituciones que, a su vez, previamente, habían tenido también dinero suficiente para poder contratarlo. Se que en estas circunstancias estas palabras pueden resultar molestas o inoportunas; lo digo sin rencor, pero sí con algo de sentimiento dolorido, porque yo intenté contratar en varias ocasiones a Paco de Lucía, en la época en que fui director del Teatro-Auditorio de Cuenca y podía, a veces con notable facilidad, en otras con un esfuerzo ímprobo, intentar que vinieran a esta ciudad nuestra las primeras figuras de la música, del teatro, de la danza. Teníamos unos límites, a veces técnicos -recuerdo una representación teatral en la que había puesto muchísimo interés por motivos que otro día contaré y que fue imposible hacer encajar en nuestro escenario- y en otros casos, económicos. Con Paco de Lucía o, para decirlo correctamente, con su agente (con él no llegué a hablar nunca) fue imposible el acuerdo. Aunque no estoy totalmente seguro, porque la memoria ya tiembla en los detalles, creo que fue el artista que nos pidió un caché más elevado de cuantos gestioné en aquella época. Y no hubo manera de razonar ni convencerlo de que una ciudad pequeña y un teatro también mediano de capacidad, no podían soportar semejante dispendio en pesetas (porque aún era la época de las pesetas). Fue grande, muy grande, con una guitarra en las manos. Eso es indiscutible y por eso pasará a la historia. Lo otro forma parte de las menudencias de la condición humana.
miércoles, 26 de febrero de 2014
LA TORRE DEL HOMENAJE
Hay un
lugar llamado Moya, en la provincia de Cuenca. Si por aquí corrieran otros
vientos, ese sería nuestro particular Guernica, el símbolo, el punto de
referencia, el eje de la veleta que captura y orienta todos los aires que por
aquí pudieran cabalgar, del ábrego al solano. Encuentro en Moya el más
nostálgico de los sentimientos, allá donde se mezclan la belleza infinita con
la tristeza dolorida. Envuelta en la soledad permanente, apenas turbada durante
unos momentos cuando alguien se acerca hasta sus muros carcomidos y pasea por
sus antiguas calles empedradas donde crecen las hierbas, el recinto moyano, con
su historia y sus amarguras a cuestas dormita apaciblemente esperando que, de
vez en cuando, aparezcan manos humanas cuidadosas para ir reponiendo los
desgarrones de sus muros, iglesias y conventos. Algo se viene haciendo, desde
hace años, pero mientras se reponen grietas por un lado otras más grandes
amenazan lo que permanece en pie. Ahora salta la alarma, que no parece
exagerada, por el progresivo derrumbe de la torre del homenaje, es punto
emblemático de la gran fortaleza que domina todo el valle. Proyectos ha habido
dos; el primero se evaporó entre las nebulosas de la burocracia, que todo lo puede;
el segundo todavía está encima de la mesa, con todas las bendiciones, hasta que
alguien lo metió en una carpeta. Dicen que no hay motivos para la alarma.
Quienes conocen el sitio y siguen paso a paso la evolución de las hendiduras y
el desplome de los muros dicen que sí lo hay y mucho. Esto es algo más que un
juego, mucho más que un divertido a cara o cruz. Deberían tomárselo en serio.
La revista Moya se
lo toma en serio. Esta es una publicación digna de todos los respetos, editada
por la Asociación de Amigos de Moya, que suele aparecer dos veces al año. El último
número, el 39, cubre su portada precisamente con la dolorida imagen del
monumento que ahora concita las preocupaciones de todos nosotros, con un título
no menos amargo: “Torre del Homenaje ¡¡ no te vayas!! herida de muerte”. En las
páginas de esa benemérita publicación están siempre nombres de personas muy
preocupadas por la situación y el devenir de la hermosa fortaleza moya, Teodoro
Sáez, Niceto Hinarejos, Eusebio Gómez al frente de un animoso grupo de
colaboradores y de otros muchos más que, desde siempre, mantenemos viva la
simpatía por el sugeridor recinto. Que la suerte les acompañe en esta aventura
constante, merecedora de obtener al final un resultado feliz y si no, mientras,
la comprensión solidaria de cuantos sentimos afición y devoción por Moya.
lunes, 24 de febrero de 2014
REMEDIOS PARA LA CASA DEL CORREGIDOR
Perdida entre
la maraña de noticias que nos consumen cada día (y casi cada hora, podríamos
decir) se ha deslizado una en apariencia insignificante, cosa menor, a la que
pocos parecen haber prestado atención. Se nos ha dicho, hace unos días, que el
Consorcio de la Ciudad de Cuenca, esa benemérita institución que vela por
nosotros y nuestros bienes arquitectónicos, ha decidido al fin acometer las
obras de restauración de la Casa del Corregidor para que pueda cumplir, al fin
también, el destino que tiene señalado desde hace décadas: acoger y ofrecer
dignamente a todos el Archivo municipal de Cuenca. Dos partes tiene la noticia.
La primera, salvar uno de los más nobles edificios civiles que hay en Cuenca,
el más digno de todos los que jalonan la calle Alfonso VIII. Obra emérita del
siglo XVIII, levantada sobre el solar en que estuvo la Casa Real, el proyecto
lleva la firma de José Martín de Aldehuela, el gran arquitecto de Cuenca. Eran
los tiempos felices de Carlos III, quien en 1769 autorizó la obra. Y ahí está,
ahí está, con su elegante fachada clásica a la calle principal y su audaz
despliegue de alturas hacia Santa Catalina y el Huécar. Bien merece tan digno
edificio que se recupere y rehabilite. Y bien merece el maltratado Archivo
municipal de Cuenca, con sus valiosísimos documentos acumulados desde Alfonso
VIII salir del descuidado ostracismo al que le vienen castigando una
corporación tras otra, para desesperación de cualquiera que sienta un mínimo
interés por la historia, la cultura y el patrimonio, esa cosa indefinida que
dicen es de todos y, por serlo, pocos se preocupan de mantenerlo.
martes, 18 de febrero de 2014
ADIÓS, MERCERÍA, ADIÓS
Era un
mundo maravilloso de figuras y colores, una amalgama desordenada, al estilo
antiguo, con ese orden interno que sólo conoce quien organiza la distribución
de los elementos, como nos pasa a cada uno de nosotros con nuestra propia
biblioteca: un vistazo y sabemos dónde está ese querido volumen, sin necesidad
de tejuelos ni de seguir la ordenación sistemática internacional. Así era la
Mercería Alonso, antigua, entrañable, imaginativa, envolvente. En sus anaqueles podían encontrarse los más
variados objetos propios de este comercio tradicional: agujas, hilo, madejas de
lana, calcetines, medias, cremalleras, botones, ropa interior, corchetes…
amontonados en cajas de rancio sabor, entre las que se abrían paso algunos
expositores de moderno diseño, para contribuir así al maridaje de las formas y
los sentidos. El local fue abierto por los padres de Luisa González ( Motilla
del Palancar) a primeros del siglo XX. Desde los años 50 lo regentaron Carlos
Zarzuela (nacido en Tarancón) y la propia Luisa. El apelativo Alonso lo asumieron
porque en Motilla a la familia se la conocía como “los Alonso”. Él era mecánico
tornero y cambió el oficio al contraer matrimonio y decidir ambos asumir la
mercería. Cuando hablé con ellos, hace algunos años, reconocieron que el local
no se había modificado prácticamente nada y eran ya pesimistas sobre su futuro,
porque los hijos no querían saber nada de esa dependencia diaria. Carretería,
cada vez más despersonalizada, pierde otro de sus elementos fundamentales de
identificación social y comercial. Y uno, nostálgico siempre, dice adiós a este
paraíso de objetos encantadores y luminosos.
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