lunes, 24 de noviembre de 2014

LOS GRECOS DE CUENCA



Los desocupados en general lo tienen fácil, pero también los ocupados, incluso los muy activos, deberían encontrar un rato en cualquier momento del día, sin desdeñar los apetecibles fines de semana, para llevar a cabo un saludable ejercicio mental: dar un paseo por el laberinto sabiamente organizado a través de salas y escalinatas del Museo Diocesano, hasta llegar al fin al receptáculo en que se ofrecen a la contemplación los dos Grecos que ahora ahí tienen cobijo, tras haber llegado hace años desde sus iniciales aposentos, en las parroquias de Huete y Las Pedroñeras.
Los Grecos conquenses, un Cristo con la cruz a cuestas, en realidad centrado casi exclusivamente en el rostro coronado de espinas y una Oración del huerto de soberbia expresividad y colorido, son dos tablas de excelente factura, muy representativas de lo que fue el arte del pintor cretense afincado finalmente en España. Para acompañar estas obras, los organizadores de la exposición han tenido la feliz idea de situar a su lado el siempre sorprendente Díptico bizantino, cuya procedencia de aquellas tierras isleñas del Mediterráneo oriental lo convierte en familiar geográfico de las pinturas. De forma que, en un receptáculo ciertamente acogedor, situado en el núcleo esencial de este laberinto, podemos encontrar la espiritualidad, la belleza, el recogimiento, el sonido del silencio, tan importante en estos tiempos de algarabía.
En su entorno, rodeando este espacio casi mágico, el Museo Diocesano de Cuenca viene a ser esa sorpresa siempre agradecida a la que seguramente no dedicamos la atención necesaria que debería ser suficiente. Ocurre con frecuencia con aquello que conocemos (o creemos conocer), cuya cercanía nos lleva a no ofrecerle la consideración necesaria, dando por supuesto que al formar parte de nuestras vidas no precisa de mayores esfuerzos. El reclamo de El Greco está siendo un buen motivo para que estas semanas se haya incrementado el número de turistas y probablemente seguirá ocurriendo así en los próximos tiempos. No hay que hacer comparaciones, innecesarias por lo general. El despliegue realizado en Toledo, a fuerza de dinero, con todo el soporte proporcionado por el gobierno regional (siempre generoso en apoyo de la capital) contrasta con la contención humilde que acompaña el montaje expositivo de Cuenca, tan digno como expresivo y cargado de simbolismo. Ese laberinto que nos permite pasear por el Museo hasta llegar a El Greco para, desde allí, reanudar el paseo por las salas, resulta ser una experiencia altamente gratificante. Nadie, pero menos aún los conquenses, debería perdérselo.


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