Aún quedan
unos cuantos días (no muchos, hasta el 5 de octubre), menos aún descontados los
que corresponden a la insumisión social que suele acompañar a las corridas de
vaquilla, para poder disfrutar en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca de la
espléndida colección dedicada a Josef Alberts, calificada en el momento
inaugural como el resultado de una obra pausada, estudiada al milímetro en cada
paso del grabado, repleta de pruebas de color y, sobre todo, metódica.
La
exposición, como es natural, ocupa la planta baja del edificio, la dedicada a
las muestras temporales, ese espacio íntimo que siempre resulta acogedor, en el
que el visitante se siente perfectamente a gusto, por lo común sin agobios de
otras personas dispuestas a pelear por un hueco para ver apenas durante unos
segundos el objeto de sus miradas. Aunque los tópicos suelen ser siempre
arriesgados, en este caso es correcto decir, como en alguna ocasión se ha
hecho, que estar ahí, ante la obra de Albers, es como entrar en su propio
taller, conocer sus vivencias y sensaciones, seguir paso a paso la evolución de
su trabajo. Un viaje al interior del taller del artista, se dijo, y es cierto.
Josef
Alberts (1888-1976) era, por lo que nos cuentan los especialistas y estudiosos
de su obra, extraordinariamente minucioso en la elaboración de sus trabajos.
Nada de seguir ese impulso creativo espontáneo, casi brutal, que deriva en un
impacto visual. Por el contrario, nos cuentan, trabajaba con absoluta
dedicación antes de acometer el proceso real de construcción, estudiando los
múltiples aspectos y caminos por los que podría orientar el desarrollo efectivo
de la obra de un genio que no cree en la improvisación (tampoco en la
inspiración), sino en el trabajo. Por eso en esta exposición tienen tanto
interés los bocetos que nos permiten aprehender las distintas etapas de ese
proceso creativo, incluyendo las dudas ante las que se enfrenta el creador
hasta decidirse por una opción concreta. Eso queda patente en las 103 piezas que
vienen a ser como el escaparate donde se refleja la intimidad de un artista, en
ocasiones en severos tonos blancos y negros, otros dejándose llevar por la
exuberancia del color.
Lo dicho:
quedan pocos días para disfrutar de esta maravilla y deberían aprovecharse.
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