lunes, 23 de junio de 2014

UNA METÁFORA TEATRAL

 
 
LA FRONTERA, O LA RECUPERACIÓN DEL TEATRO HECHO POR JÓVENES
 

            Hablemos de una experiencia satisfactoria. De una experiencia incluso sorprendente, de las que ayudan a desmontar algunos tópicos que todos, más o menos, en mayor o menor medida, vamos acuñando  con el paso de los tiempos. En ese devenir hacia posiciones escépticas o directamente pesimistas, de pronto surge un hecho que interrumpe el proceso, nos hace detener la marcha y ayuda a pensar.

            La introducción ya está hecha. Ahora pasemos al suceso real, escenificado por un grupo de jóvenes estudiantes que sobre un escenario (el único escenario digno de tal nombre que queda en Cuenca) sube a llevar a cabo el montaje de una obra teatral que, para mayor abundamiento, es estreno en la ciudad y ha sido escrita por un acreditado autor igualmente conquense.

            Desmenucemos los diferentes ingredientes de la afirmación anterior. Lo haré aludiendo, necesariamente, a situaciones anteriores, sepultadas en el fondo de la desmemoria, la fruta más abundante en el huerto conquense. Pues hubo un tiempo en que en esta ciudad convivían (y competían) hasta ocho grupos teatrales formados por jóvenes actores y algún director experimentado; montaban obras clásicas y modernas, dentro del orden tolerado por el sistema. Cada centro educativo tenía su propio grupo teatral y había otros vinculados a asociaciones varias. Docenas de jóvenes, estudiantes la mayoría, reforzados con algún adulto, daban vida a la magia intangible pero cierta del teatro. Había además varios concursos anuales, para diferentes edades. El espectáculo se desarrollaba en distintos escenarios, pues también era costumbre aceptada con normalidad que cada centro educativo tuviera su espacio teatral. Por motivos que jamás comprendí (y sigo sin comprenderlo) uno tras otro fueron suprimiendo ese recinto mágico considerando más oportuno montar cafeterías.

            Esa dinámica negativa, tan acorde con la línea que viene tomando cuerpo y forma en esta ciudad durante la última década, se rompe ahora con la presencia en el Teatro-Auditorio de Cuenca del Taller Tusitala formado por alumnos de la Escuela de Arte José María Cruz Novillo. Por qué ese centro decide reanudar el tracto interrumpido y por qué en él hay unos cuantos profesores, bastantes alumnos y un coro de técnicos colaboradores es cosa tan meritoria que solo cabe citarla aquí con todos los parabienes posibles incluyendo el ferviente deseo (utópico quizá) de que cunda el ejemplo.

            Con muy buena voluntad y con numerosos aciertos en el montaje y la interpretación, el trabajo teatral nace, se desarrolla, toma forma, envuelve a los espectadores y llega briosamente hacia el final, sin que falte el necesario toque de sorpresa, imprescindible siempre en cualquier relato que se precie. El que ha escrito Francisco Mora, poeta de mérito reconocido, narrador de amplio espectro y ahora, en los últimos tiempos, autor dramático, además de ensayista, tiene un planteamiento original, muy acorde, metafóricamente, con una latente cuestión de actualidad, pues La Frontera ironiza sobre no pocas de las cuestiones que alteran el ánimo de los ciudadanos actuales, incluyendo la afición de algunos lugares a levantar fronteras que nos separen, contradiciendo así la que parecía tendencia general favorable a eliminarlas por completo.

            En el centro del escenario, ocupándolo de manera permanente, en un trabajo realmente ímprobo, casi extenuante, que requiere diversos cambios de registro, un joven actor, David Ábalos, carga con el peso de la obra, acompañado por un amplio grupo de compañeros que salen adelante con un encomiable nivel medio. Por cierto, que David Ábalos acaba de ganar el premio de interpretación masculina en los premios “Buero” de Teatro Joven, que patrocina la Fundación Coca Cola, por su interpretación del burgomaestre Smith en el montaje El retablo del flautista igualmente representado por la Escuela de Arte Cruz Novillo el año pasado, lo que quiere decir que de casta le venía ya el trabajo.

            Para echar las campanas al vuelo sólo faltaría que en otros centros educativos conquenses surgiera la mecha capaz de prender entre la atonía y la desesperanza que los invade y volvieran a resurgir grupos de teatro capaces de proporcionar a esta ciudad un ambiente que es, a la vez, educativo y lúdico, cosas ambas de absoluta necesidad para poder sobrevivir con moderada satisfacción personal.

 

1 comentario:

  1. Satisfacción personal es trabajar con jóvenes, aunque siempre es duro, pero más satisfacción es leer este artículo. Nos une el amor al teatro, ojalá, como dices, se extienda y renazca la afición. Querer es poder.

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