En un
pequeño (y hermoso) pueblecito de la Serranía de Cuenca, bajo la protección de
una poderosa cadena de riscas y junto al rumor acariciador de una singular
laguna natural, Adolfo Suárez y Amparo Illana vivieron su luna de miel. Se
casaron el 15 de julio de 1961. Él era entonces jefe del gabinete técnico del
vicesecretario general del Movimiento, Fernando Herrero Tejedor, el hombre que
le fue ayudando a dar un paso tras otro en la escala de responsabilidades, unas
políticas y otras administrativas, y al que sucedió, cuando murió en 1975, como
ministro secretario general, el último que ocupó este puesto en vida de Franco,
cuyo organigrama desencuadernó a la muerte del dictador, para encabezar audazmente
la transición hacia la democracia. Pero en aquel lejano 1961, Adolfo Suárez era
una de las cabezas más jóvenes y, a la vez, más prometedoras, del sistema político
ensamblado por el régimen del caudillo y en él hizo amistad con un pintor ya
consagrado nacido en Cuenca, Luis Roibal, incardinado ya entonces en el pueblo
de Uña y que en esos momentos estaba a cargo del gabinete de estudios del
ministerio de Trabajo. Fue esa relación amistosa la que propició que la joven
pareja de recién casados hiciera una etapa en Cuenca, atraída por una ocasión
que resultaba entonces excepcional: una suelta de ciervos en la Serranía, donde
se estaba preparando el parque cinegético de El Hosquillo. Y de esta manera,
Adolfo y Amparo llegaron a Uña, todavía sin ninguna parafernalia oficial,
puesto que él aún ocupaba un puesto muy discreto dentro de la jerarquía del régimen
y se alojaron en la casa de Luis Roibal, en la plaza del pueblo. Al día
siguiente, como estaba previsto, se llevó a cabo la excursión por los montes
cercanos, acariciados por el tránsito siempre encantador del río Júcar, para
asistir en directo al espectáculo de la naturaleza en todo su esplendor, con el
retorno de los cérvidos a aquellos parajes que en tiempos históricos habían
sido suyos y que ahora se encontraban completamente desocupados de vida animal
salvaje, entonces en trance recuperación. La excursión por los parajes serranos
conquenses culminó con una caldereta de cordero. Al día siguiente, los recién
casados siguieron su viaje hacia Valencia para embarcar rumbo a la isla de
Ibiza y continuar así la luna de miel que habían iniciado en un recoleto y
amable rincón de la Serranía de Cuenca.
Autorizada la libre reproducción de este artículo citando su
origen y el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario