No es
frecuente que se nos anuncie, con algunos días de anticipación, la muerte de
alguien. Sobre todo teniendo en cuenta que, como es cosa sabida (y los poetas,
con Jorge Manrique en lugar prioritario se han encargado de repetirlo) que la
llegada de la poderosa señora se puede producir en cualquier momento, siempre
tan callando, sin advertir nunca por adelantado cual será el momento exacto, el
segundo preciso, en que se produzca el hecho dramático del tránsito desde el mundo
real al de las sombras. Lo sucedido con Adolfo Suárez, la advertencia familiar
de que estaba llegando su hora definitiva, tiene por ello algo de sorpresa, el
ingrediente de lo insólito, con el añadido morboso de lanzarse todos los medios
sobre el todavía no cadáver para analizar su vida y su obra como si ya
estuviera realmente muerto, provocando así algún tipo de desazón interior e
incluso una hipótesis casi imposible, aunque en realidad posible: podría haber
resistido, podría seguir sobreviviendo, vegetando, si se quiere, muchos más
días e incluso meses. Ejemplos hay de sobra en la antología de sucesos humanos,
situaciones de coma irreversible que al cabo de los años deriva en una
recuperación total o casos más cercanos, el de Michael Schumacher, por ejemplo,
por cuya salvación nadie daba un euro después del accidente y sin embargo, ahí
sigue, resistiendo, aunque ya no se hable de él ni de su estado de salud.
Finalmente, la muerte de Adolfo Suárez se ha producido con rapidez, limpieza y
elegancia. Nada que ver con aquella otra del caudillo Franco, cuyos médicos, en
un exceso de crueldad alentada por su yerno, prolongaron el sufrimiento durante
cuarenta días, buscando quizá una inaudita prolongación de la vida hasta el
infinito, en una sucesión de monótonos partes firmados por el equipo médico
habitual cuyo vacío contenido solo sirvió para ir diluyendo progresivamente el
interés popular y el espacio destinado al suceso en los periódicos, pues no es
posible mantener una noticia en primera página y posición destacada durante
cuarenta días. Mientras escribo estas líneas, miles de personas desfilan en el
ahora denostado Congreso de los diputados y por todas partes llueven sobre el
que fue presidente de este país los comentarios y los elogios. Los emiten
incluso quienes ayudaron a derribarlo, dentro de su partido y desde fuera. Así
es la naturaleza humana y no hay que sorprenderse de ello. Al final, como
suelen decir los chascarrillos de los clásicos, la historia pone a cada cual en
su sitio. El de Adolfo Suárez, parece evidente, va ser un espacio destacado, un
auténtico referente en la construcción de este país, cosa importante a valorar
en tiempos en que se acumulan quienes aspiran a destruirlo. Como recuerdo
final, del viejo archivo de Gaceta Conquense extraigo esta foto de José Luis Pinós en que se le ve en la que
fue una de sus últimas visitas a Cuenca, el 25 de enero de 1985, para
participar en una asamblea del CDS, con cuyo presidente provincial, Benedicto
Torre Teresa, se le ve en la imagen.
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