Los sabios más sabios que
en el mundo piensan y son ya han escrito suficientes razonamientos sobre los
misteriosos integrantes de la condición humana, que nunca dejan de
maravillarnos. Ahora, cuando estamos inmersos en una situación social que
debemos calificar por lo menos de preocupantes, se multiplican los anuncios y
mensajes que nos invitan a la banalidad en todos los matices de su variado
repertorio, desde docenas de cruceros de placer que recorren los mares del
mundo a precios que ellos dicen son asequibles hasta la curiosa multiplicación
de las revistas de moda, y no solo las que están en los quioscos, cada vez más,
cada vez más superficiales, sino las que han decidido incorporar los periódicos
como suplementos a sus números diarios. Nadie se quiere librar de esa novedad,
empezando por el todopoderoso que marca tendencias, ese diario que quiere
seguir aparentando ser el símbolo del progresismo nacional y que ahora, a lo
que ya produce, incorporar un semanal dirigido a los hombres, conscientes de
que en el camino hacia la insustancialidad -principio que durante generaciones
pareció ser una exclusiva femenina- nos vamos igualando los géneros. Ahí están
ya esas páginas en brillante papel couché, llenos de fotografías manipuladas,
con imágenes ficticias, irreales (quizá eso es lo que se quiere, hartos todos
de ver mendigos apaleados, comedores de caridad, niños desnutridos, barrios
masacrados) y muchos, muchos perfumes, muchos restaurantes de lujo, muchos
vinos de más de cien euros la botella, mucho de todo lo que es inalcanzable
para la mayoría pero que nutren esas páginas donde brilla, sobre todo, el
artificio derivado de lo falso, lo irreal. Pero así es la moda. Así han sido
siempre esas pasarelas por las que desfilan figuras femeninas sin alma, sin
contenido, pura fachada nada más, flor de un día o suspiro de un momento. Que
para eso sirven los nuevos suplementos de moda que traen ahora los periódicos
poderosos, necesitados de vender a toda costa, ya que con solo la información
no pueden. Nada que ver con la retahila de malas noticias, miserias, desgracias,
corrupciones, violaciones y crímenes varios que forman la panoplia informativa de
cualquier periódico, hablado, visual o escrito, que se precie. Así se enmascara
la realidad y así pasamos, insensiblemente, inadvertidamente, de la banalidad al
drama, sin darnos cuenta y sin querer pensar mucho en una cosa o en la otra.
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