Como viene sucediendo
cada año de los últimos, me pregunto cual es el papel que corresponde a los
escritores en una Feria del Libro, la de Cuenca. Antiguamente, esa pregunta no
tendría sentido: el escritor era el centro de la Feria, el punto principal de
atención popular, el imán que atraía con su sola presencia el interés de los
lectores que hasta él acudían con un ejemplar en las manos, para conseguir la
firma personal con una afectuosa dedicatoria y así conseguir elevar el valor
intrínseco de la obra. En las actuales condiciones, acudir a una Feria
desangelada y vacía a firmar libros se convierte en un ejercicio de masoquismo
intelectual, como el que de manera muy gráfica dibujaba no mucho después el
escritor Vicente Verdú, refiriéndose en ese caso a la Feria del Libro de
Madrid, pero con clara aplicación a cualquier otra, al comentar cómo el autor
en cuestión, bolígrafo en mano, se acerca a la caseta que tiene señalada para
esperar que ante ella se formen largas colas de lectores expectantes por conseguir
su firma en el volumen que previamente han adquirido. Pero “de hecho, no hay visión más deprimente que aquella del autor que, al
final de la jornada, cuenta con solo dos o tres que pidieron su firma”,
situación que se convierte en trágica cuando constata que esos pocos, además,
eran familiares o amigos. Y observa Verdú: “El
oficio de escritor ha ido haciéndose, a imagen y semejanza de la sociedad, un
gran negocio para muchos y una ruina para casi todos los demás. Incluso la
clase media escritora, como ocurre con la clase media en general, se ha
encogido demasiado y si antes muchos se conformaban con firmar una docena de
ejemplares ahora no pueden siquiera aspirar a que esto llegue” pues, como
ocurre en la vida real controlada por la economía, los ricos son cada vez más
ricos y los pobres se alejan más aún de aquellos y, así, el libro es un reflejo
de la realidad: el 2% de los ricos acaparan el 80% de la riqueza. Como en la
vida misma. Y la engañosa visión que ofrecen los medios, lanzándose como
voraces exprimidores de noticias sobre el último título de moda a cuya
adquisición acuden miles de presurosos compradores oculta la realidad de que
esa no es la punta del iceberg sino solo la imagen distorsionada de una
sociedad cada vez más diferenciada. Tras esa punta en la que militan unos pocos
está el resto, la masa amorfa, la clase media que ni siquiera en la Feria del
Libro de cada sitio consigue ya encontrar un poco de afecto popular.