Pepe España ha vuelto a Cuenca. Lleva ya un par de meses entre nosotros. Primero estuvo en la Fundación Antonio Pérez, en el edificio carmelitas y ahora sigue en su seno, pero en San Clemente. Lo cual, dicho de paso, es un excelente pretexto para viajar a la villa manchega, visita que siempre se agradece.
Veo la imagen de Pepe
España en uno de los paneles biográficos que acompañan la exposición;
necesariamente retrocedo en el tiempo hacia las fechas que ahí se indican e
intento rememorar también, con la viveza necesaria, mis encuentros con el
artista, las entrevistas que hicimos, las palabras que escribí en aquellas
ocasiones. Hay un hilo sentimental que nos vincula: la fecha, 1965, cuando él
llegó a Cuenca, es también el año en que yo empecé a ejercer de periodista.
Estamos así en el origen de todo, como si el resto del mundo no existiera, ni
antes ni en ningún otro sitio.
Paseo por la sala,
más de una vez, atraído por esa fórmula creativa envuelta ya hoy por la pátina
del tiempo en forma de clasicismo moderno, pero que en su momento fue original,
novedosa, rompedora. Está ahí la serie “La Cinta”, realizada en 1970 y formada
por catorce cuadros, con los que Pepe España entró en la más absoluta y rabiosa
modernidad, rompiendo con fórmulas en cierta manera tradicionales que estaba
desarrollando hasta entonces y que Alfonso de la Torre, el responsable de la
exposición, define con palabras tan certeras que es mejor reproducirlas y no
inventar otras susceptibles de ser menos apropiadas: “Mirada sobre lo pop, aire
conceptual, nueva figuración, ecos de la imagen fotográfica, reflexión
metafísica sobre el sujeto sometido al cerco de la cinta”. Está el artista a
caballo entre la figuración inicial y el abstracto al que se acerca, sin
atreverse todavía a lanzarse en plenitud hacia aguas que quizá le parecían
procelosas, arriesgadas, como todo lo nuevo, aunque no desconocido.
Paseo por esa sala,
acompañado por la obra de Pepe España, rejuvenecido yo también por esas
imágenes sugerentes, misteriosas algunas, cálidas casi todas, con un aporte de
sentimentalidad, como si ambos estuviéramos paseando por las calles de Cuenca o
charlando plácidamente en su estudio o compartiendo copas en cualquier bar de
la parte alta. Vuelve al origen Pepe España y ambos paseamos, casi de la mano,
por estas calles que en 1965 nos acogieron para seguir caminos en apariencia
divergentes, el periodismo y el arte, pero que nos permitió encontrarnos en
muchas ocasiones, hasta la definitiva separación, cada cual siguiendo su propio
sendero vital. El de Pepe vuelve ahora a Cuenca y ha sido estimulante (también
melancólico, por qué no) volver a encontrarlo.
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