martes, 24 de septiembre de 2013

NO HUBO MÚSICA EN CUENCA

 

Me hubiera gustado que el nombre de Cuenca estuviera en la lista de la veintena de ciudades que ayer, día 23, vivieron la notable experiencia de ver a sus orquestas sinfónicas en calles y plazas, haciendo música, que es lo que saben, reivindicando su derecho a existir dignamente. No había pancartas, leo en las crónicas del acto, ni se repartieron manifiestos, ni hubo gritos o insultos subidos de tono. Ni siquiera, en contra de lo que es habitual, la policía se dedicó a cargar contra pacíficos manifestantes, aunque también estaban allí, presentes y oyentes: ¿qué tendrá la policía de este país democrático que en cuanto ve un grupo de más de dos acude a vigilar?. Todo era plácido, pacífico, culto, estimulante. La música aplaca a las fieras, exceptuando a la especie dedicada, para nuestro desconsuelo, a la administración de la cosa pública. Los músicos de las orquestas sinfónicas salieron a la calle y las plazas de España, sin distinciones territoriales, para hacer música, que es lo suyo y lo que la gente, nosotros, el público, agradecemos. Estaban allí con sus instrumentos, vestidos como corresponde a músicos de orquesta, serios, bien compuestos, con el director al frente, las partituras y los atriles ante la vista, las manos dispuestas para acariciar esos objetos mágicos de los que pueden surgir sonidos maravillosos, envolventes, ensoñadores. Eran, dicen las crónicas, las siete en punto de la tarde, cuando todas las orquesta al unísono empezaron a desgranar sus melodías, empezando por una común a todas, La gazza ladra, de Gioacchino Rossini y uno imagina, sobrevolando el territorio de esta España de nuestros dolores, el sonido colectivo, surgiendo desde Málaga y Donostia, desde Barcelona y Santa Cruz de Tenerife, desde Badajoz a Valencia pasando, como es natural, por Madrid, rompeolas de todas las calamidades y sostén de todas las esperanzas. Era, debería ser (lo imagino, porque aquí, en Cuenca, reinó el silencio) un maravilloso espectáculo desde el cielo, acariciando el vuelo de las aves mientras a ras de tierra unos públicos entregados aplaudían a esos músicos que, con su arte, pretendían llamar la atención del triste destino a que han sido castigados por un poder omnímodo, injusto, insensible. Hubiera sido bonito que en esta ciudad, a cuyos dirigentes se les cae la baba hablando de la música y de la cultura, también participáramos de este singular fenómeno capaz de animar las perspectivas esperanzadas del país. No estuvo Cuenca en el concierto colectivo, nacional, y bien que lo siento. Quizá porque no hay aquí una orquesta sinfónica, proyecto frustrado pese a tropecientos intentos y pese también a la buena, benemérita voluntad, de quienes a otros niveles siguen haciendo música. (Por cierto: si en algún momento encuentran ustedes, navegando por la red, algo sobre la Orquesta Sinfónica de Cuenca no se alarmen: es Cuenca, sí, pero del Ecuador. Cosas que pasan). La foto que acompaña estas palabras es de la Joven Orquesta de Cuenca, actuando en un concierto veraniego, en la Plaza de la Merced.
 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario