viernes, 5 de julio de 2013

SONIDOS EN LA HOZ



Es interesante pasar de la teoría a los hechos. Durante décadas, desde que Federico Muelas lanzó la idea, dentro de una amplia serie de invenciones más o menos utópicas, de utilizar los espacios naturales de Cuenca como escenarios adecuados para hacer en ellos teatro, música o lo que fuera conveniente, la teoría se ha ido repitiendo durante generaciones. Algunos hemos procurado llevarla a la práctica, con desigual fortuna. Ahora parece que los impulsores del programa Estival Dawat, con Marco Antonio de la Ossa a la cabeza, lo están consiguiendo. Llevar los sonidos de acá para allá requiere un notable esfuerzo en cuanto a las infraestructuras necesarias, pero el resultado bien merece la pena y a la vista está. Por ejemplo, en este enorme telón de fondo que constituye el roquedo de la Hoz del Huécar, sirviendo de apoyo al joven Enriquito y su divertida banda flamenca, haciendo música en el atrio del convento de San Pablo, parador nacional de turismo (Detrás vendría el maestro Pape Bao, un genio en esto de la música creativa y estimulante). Mientras el país entero se asa bajo los severos rayos del sol, el aire fresquito corre por los pasillos de la hoz y la barra del parador sirve generosamente bebidas a los ansiosos, que eso es otra de las cosas buenas que tiene estar al aire libre: poder disfrutar simultáneamente de los variados placeres que nos ofrece la vida. Enriquito se divierte sobre el tinglado de los instrumentos y sus colegas-compinches musicales le acompañan en la fiesta, a la que arrastran buenamente al siempre frío público conquense, poco dado a las efusiones entusiastas. Los sonidos, estoy seguro, se prolongan arriba y abajo, siguiendo los entresijos del roquedo, para disfrute de gorriones, tordos, murciélagos, ardillas y demás individuos de la fauna circundante. Y de los humanos, claro, apaciguados en nuestro secular cabreo mientras la música jazz-aflamencada nos adormece con el sueño de tiempos mejores.

 

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