Es interesante pasar de la teoría a los hechos. Durante
décadas, desde que Federico Muelas lanzó la idea, dentro de una amplia serie de
invenciones más o menos utópicas, de utilizar los espacios naturales de Cuenca
como escenarios adecuados para hacer en ellos teatro, música o lo que fuera
conveniente, la teoría se ha ido repitiendo durante generaciones. Algunos hemos
procurado llevarla a la práctica, con desigual fortuna. Ahora parece que los
impulsores del programa Estival Dawat, con Marco Antonio de la Ossa a la
cabeza, lo están consiguiendo. Llevar los sonidos de acá para allá requiere un
notable esfuerzo en cuanto a las infraestructuras necesarias, pero el resultado
bien merece la pena y a la vista está. Por ejemplo, en este enorme telón de
fondo que constituye el roquedo de la Hoz del Huécar, sirviendo de apoyo al
joven Enriquito y su divertida banda flamenca, haciendo música en el atrio del
convento de San Pablo, parador nacional de turismo (Detrás vendría el maestro
Pape Bao, un genio en esto de la música creativa y estimulante). Mientras el
país entero se asa bajo los severos rayos del sol, el aire fresquito corre por
los pasillos de la hoz y la barra del parador sirve generosamente bebidas a los
ansiosos, que eso es otra de las cosas buenas que tiene estar al aire libre:
poder disfrutar simultáneamente de los variados placeres que nos ofrece la
vida. Enriquito se divierte sobre el tinglado de los instrumentos y sus
colegas-compinches musicales le acompañan en la fiesta, a la que arrastran
buenamente al siempre frío público conquense, poco dado a las efusiones
entusiastas. Los sonidos, estoy seguro, se prolongan arriba y abajo, siguiendo
los entresijos del roquedo, para disfrute de gorriones, tordos, murciélagos,
ardillas y demás individuos de la fauna circundante. Y de los humanos, claro,
apaciguados en nuestro secular cabreo mientras la música jazz-aflamencada nos
adormece con el sueño de tiempos mejores.
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