Quedan pocos días para hacerle una
visita a Julián Pacheco. Tan pocos como los que le quedan al mes de abril, o
sea, nada, un vuelto de tiempo. Pero es una visita que no debería perderse
nadie y menos que nadie los ciudadanos que suelen llenarse la boca de
apelaciones a la cultura, su importancia e interés, bla, bla, bla. Julián
Pacheco (Cuenca, 1937-2000) vuelve a su ciudad natal trece años después de
haber muerto, en una exposición pequeña, una muestra reducida, formada por
fondos atesorados por su viuda en el domicilio familiar y que ahora salen a la
luz por iniciativa de la Real Academia Conquense de Artes y Letras en lo que no
es un homenaje póstumo, sino un reencuentro que -soy testigo y oyente-
sorprende a los muy jóvenes, ignorantes de la enorme capacidad comunicativa que
tenía el artista. Vocacional desde muy niño, su vida personal estuvo sujeta a
incontables altibajos de todo tipo, incluidos los políticos, de manera que tras
unas primeras y bien recibidas exposiciones en Cuenca emprendió el rumbo viajero
que habría de llevarle primero a Barcelona y luego a una itinerancia propia de
los exilios voluntarios. Siempre quiso huir de los convencionalismos en su
forma de vivir y siempre quiso que su obra fuese mucho más que formas y
colores; la intención de que su compromiso con las ideas (la política, en suma)
estuviese patente marcó su trabajo pictórico y eso se encuentra muy presente en
la exposición actual, con un mensaje plástico tan rotundo que sorprende al
espectador inadvertido. Es el Pacheco de siempre, el revolucionario, el
rompedor, el que decoraba muros de lienzo con grafitos demoledores que ponían
en solfa, ¡ya entonces! La corrupción que se veía venir. En estos tiempos tan
descomprometidos, sorprende encontrar una persona que siempre, en todo momento,
hizo del compromiso con su tiempo una honesta forma de conducirse. Ahí están,
en las sobras paredes de la Fundación CCM (el hotel Iberia, para entendernos),
la sombra de Franco, los GAL, Filesa, el terrorismo de Estado, la corrupción
impulsada (o, al menos tolerada) por el PSOE felipista, al que Pacheco fustiga
sin piedad desde su rebeldía incontenible. Si aún no ha tenido oportunidad,
ganas o curiosidad por ver esta obra, reducida en número de cuadros pero
trascendente en su significado, vaya a hacerlo. Quedan muy pocos días para
gozar de una experiencia única, de las que ya no se encuentran con facilidad. Y
que nos transporta a través del tiempo hacia una época casi inimaginable.
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