sábado, 30 de junio de 2012

LOS YÉBENES ES DIFERENTE


       Por lo que se -tengo un vago recuerdo, de una visita ya antigua, envuelta entre las brumas difusas de recuerdos parecidos- Los Yébenes es un pueblo de meritorios valores paisajísticos y artísticos. Situado en la falda de los montes de Toledo, en la provincia del mismo nombre, debe tener ahora sobre los 6.500 o 7.000 habitantes, lo que no está nada mal. Lo que me llama la atención de este lugar es el titular encontrado no hace muchos días en las páginas de El Día de Cuenca (perdón: ahora El Día de Castilla-La Mancha): “Los Yébenes, en busca de ser referente cultural” afirmación que se completaba y ampliaba seguidamente con un texto aún más ambicioso: “El Ayuntamiento de Los Yébenes con su alcalde a la cabeza, Pedro Acevedo, está dando los pasos necesarios para convertirse en el próximo referente cultural, turístico y cinegético de Castilla-La Mancha, al hacer una clara apuesta por poner en marcha una serie de museos que muestren la riqueza cultural, paisajística y cinegética que tiene el municipio”. Con la que está cayendo sobre este país y esta región, aparece un alcalde, imagino que con cierto respaldo popular, para lanzarse a la piscina con semejantes proyectos. Debe ser un caso en solitario, la excepción que confirma la regla, según el conocido tópico al uso. Porque de todas las consecuencias que se pueden extraer del tiempo de crisis que nos ha tocado vivido (y no hablo de la crisis económica, sino de la otra, la de verdad, la profunda, que corresponde al mundo de las ideas y las iniciativas) la peor afecta al sector de la cultura, maltratado hasta niveles no vistos en muchísimo tiempo. Siempre es el chocolate del loro que debe ser suprimido para que las demás necesidades puedan sobrevivir. Por eso es llamativo que a este alcalde se le ocurra seguir impulsando cuestiones que no tienen nada que ver con la recogida de basuras o el mantenimiento del suministro eléctrico a las calles. Que alguien, cuando todos los demás están en vergonzosa retirada, sigue apelando al desarrollo cultural, es ciertamente meritorio. Y conste que, para mantener totalmente libre el comentario, no he querido averiguar a qué partido pertenece. Sea el que sea, este hombre tiene aún sentido común.

viernes, 29 de junio de 2012

RECLAMAR MANGANA


       Algo debe estar pasando realmente cuando en una ciudad como Cuenca surgen movimientos de protesta ciudadana, rompiendo así la monótona parsimonia fatalista que caracteriza nuestro carácter. Hay protestas en el sector educativo, en el sector asistencial, en todo lo que tiene que ver con la salud, pues en todos ellos este gobierno, el de Madrid y el de Toledo, han decidido meter la mano para conducirnos directamente a la ruina, la pobreza y la desesperación. Como si ellos fueran los nuevos negreros y nosotros, el pueblo, los sierves a los que azotar sin mayores explicaciones. Pero ese no es el tema habitual de estos comentarios; sí lo es otro movimiento reivindicativo y éste le toca al ayuntamiento de Cuenca, principal responsable de que la ciudadanía, todos nosotros, turistas incluidos, hayamos perdido el uso, disfrute y contemplación de la torre de Mangana y sus inmediaciones. Para catorce años ya va el desastre incalificable al que nadie, ningún alcalde y concejales, hasta ahora, ha tenido el valor de poner fin. Por eso el otro día salieron a la calle los vecinos (un grupo, tampoco hay que exagerar) para reivindicar la reapertura de Mangana y sus alrededores, la recuperación plena de ese espacio tan emblemático del casco antiguo, que se encuentra como puede verse en la foto que he elegido para acompañar estas palabras, en pie de guerra, levantado, cruzado por zanjas que dejan al aire las viejas piedras venerables, con los elementos de protección por los suelos, a cielo abierto. Alguien debería ser señalado con el dedo como responsable del desaguisado pero muchos más merecen la reprobación pública ciudadana por su apatía y abandono. No tengo mucha fe en este tipo de actuaciones públicas reivindicativas, porque hay gente que se ha envuelto en firmísimas corazas protectoras en las que todo resbala, pero al menos sirven para que tomemos conciencia todos y miremos hacia el punto señalado. Reclamar Mangana, el fin de las obras ¡ya! y su recuperacion total es una misión colectiva, de todos. Me uno, por completo, a la reivindicación vecinal y la proclamo desde aquí-

NO HAY TIEMPO PARA LEER


El 61,4% de los españoles se declara lector de libros. Eso en España. Si miramos un sector del territorio nacional llamado Castilla-La Mancha, el dato es otro: 51,5% que, como cualquier lector de estas líneas podrá observar, está muy lejos, nada menos que diez puntos, de aquella primera cifra inicial. Si tenemos en cuenta que Madrid ofrece un 70,2% la diferencia es ya abismal. Otro capítulo es el que se refiere a la compra de libros. En el año 2011 cada español compró una media de 9,6 libros, uno menos que en el año anterior, pero otra vez hay que matizar, porque en Castilla-La Mancha estamos donde estamos, o sea, a la cola, en el último puesto del ranking, con solo 7,2 libros por persona. De Cuenca no hablamos, porque la estadística, ofrecida por el Gremio de Libreros, habla solo de comunidades autónomas. Mejor, porque así nos ahorramos otro disgusto más cercano. ¿Y por qué no leemos más? El pretexto es el de siempre, el más socorrido, el más a mano: por falta de tiempo. El tiempo sí está disponible para otras cuestiones, como ir (o ver en el TV) fútbol: menudo ejemplo tenemos estos días con la Eurocopa, fenómeno que muchos seguimos sin por ello dejar de leer. Pero es tan cómodo buscar alguna excusa aparentemente razonable… Y no parece que los mecanismos inventados periódicamente, en forma de campañas publicitarias y otras parecidas consigan mejorar o invertir los datos. Todo está en la base -el arbolito, desde pequeñito- y ahí, en la familia y en la escuela, es donde se fabrican los futuros lectores. Quizá la próxima generación tenga más suerte.


miércoles, 27 de junio de 2012

SENTIMIENTOS PATRIÓTICOS


        Desde que el alcalde de Móstoles lanzó a los cuatro vientos su conocida proclama, no se sabe bien si revolucionaria o reaccionaria, contra la intención napoleónica de apoderarse por las bravas de este territorio, apelando a la conciencia patriótica de los españoles, la idea de patria se ha ido deteriorando hasta llegar donde está ahora, o sea, por los suelos. De nada vale mirar a tantos ejemplos como hay alrededor, en los que seguramente no encontraremos un lugar tan sometido a la conciencia crítica sobre lo que significa esa palabra y más aún sus símbolos, tan fácilmente vituperados, silbados, escarnecidos y todo lo demás que, por sabido, no voy a reproducir aquí. Pero si a Bogar y Bergman siempre les quedaba París, símbolo a la vez de los recuerdos y de la esperanza en un casi imposible reencuentro futuro, a nosotros nos queda el deporte y ahí sí que, en casi todos los lugares, se produce un estremecimiento cuando llega la hora y uno de los nuestros sube a los podios y hace agitar al aire la maltratada bandera, mientras suena ese por tantos humillado himno nacional que no podemos cantar, como hacen los demás. Menos mal, insisto, que nos queda el deporte y así, por eso, incluso en un sitio tan apático como la ciudad de Cuenca podemos encontrar en ventanas y balcones la enseña bicolor que, por unos días, sólo por unos días, sale del humillante rincón donde casi siempre está escondida, para ilustrar las calles y proclamar que ahí dentro, detrás de ella, hay unas personas que por unos momentos se sienten orgullosas de ser españoles. Demos pues las gracias al fútbol, al motociclismo, al tenis, al baloncesto y a todo lo que nos traigan las ya inmediatas olimpiadas.

UN RECUERDO PERMANENTE


         Como cada año, el instituto que lleva el nombre de Fernando Zóbel ha organizado una exposición conmemorativa, coincidiendo con las fechas en que murió el artista, a primeros de junio. No ha faltado tampoco el funeral en la ermita de San Isidro, a la vera del lugar en que se encuentra su tumba. Como suelo hacer todos los años, he paseado, en soslitario -cada vez acude menos gente a las exposiciones artísticas, ¿por qué será?) por la sala en que se muestran los trabajos realizados por los jóvenes aspirantes a crear a través de las imágenes. Las hay de todos los gustos y técnicas, sin que falten las vinculadas a la fotografía. Conviven aquí realistas figurativos y abstractos, amigos de lo concreto y de lo imaginativo. Imposible adivinar si entre esos nombres, aún desconocidos, hay alguno que esté apuntando a cosas perdurables, pero más allá de este tipo de valoraciones hay algo que me parece singular, notable, meritorio: la firmeza con que el instituto mantiene vivo el nombre de su protector inicial. Si todos los centros de enseñanza (o del tipo que sea) rindieran un homenaje anual a la persona que les da título, esta ciudad nuestra (pues de Cuenca hablo) sería un emporio de riqueza cultural y así, Santiago Grisolía, Hervás y Panduro, Pedro Mercedes y otros tantos no dormirían el permanente sueño de los injustamente olvidados. Zóbel, que además de un gran artista fue un hombre singularmente generoso, estaría muy feliz conociendo esta fidelidad evocadora de su instituto.

VOLVER A PRIEGO


  Cada año (y ahora no me acuerdo cuántos van ya, diez o doce quizá) hay un momento, en el inicio del verano, en que resulta obligado ir a Priego durante tres días, a leer y entender la poesía, a oir poemas, a conocer y convivir con poetas y aprendices de poetas; en definitiva, a sentir la impregnación espiritual, muy profunda, que deriva del hecho de estar en contacto directo con la poesía, quienes la hacen y quienes la viven. Esto debería ser un principio de aplicación universal, pero lo es, naturalmente, sólo para una minoría; cosa de la vida y sus circunstancias. Matices aparte, yendo a lo que importa, recordaré aquí, para quienes lean estas líneas y no lo sepan, que entre los días 9 y11 de julio se celebrará el nuevo curso, dedicado este año a Félix Grande, uno de los poetas realmente grandes de la lírica española de la segunda mitad del siglo ya fenecido. Como se dice en la presentación, "su coherencia, su fuerza expresiva, su mestizaje de estéticas y tonos, su diálogo constante con el lector y su compromiso con la sociedad invitan a profundizar en su mensaje y en su textura". Allí estarán, en Priego, en torno a Félix Grande, nombres casi permanentes de esta actividad anual, como Ángel Luis Luján, Manuel Rico, José Martínez Hernández, Antonio Carvajal, Juan José Lanz, Juan Manuel Molina Damiani y Antonio Rey Hazas, para poner su palabra y su presencia al servicio de esta peculiar singladura poético-universitaria, que culminará con un homenaje a José Hierro, que tanto gustó de las vivencias veraniegas en Priego.




martes, 26 de junio de 2012

METÁFORA DEL TIEMPO


   Lo diré con sus mismas palabras, las que utiliza Santiago Torralba para presentar esta exposición que, por ahora, sólo ha sido posible verla en Madrid, sin que haya noticias de que en un futuro más o menos inmediato pueda viajar a otros lugares, Cuenca, por ejemplo. Dice: "Hay tristeza contenida en cada una de sus paredes. Calles rotas que ya no conducen a ningún sitio y dinteles que no sostienen más que al aire. Las hierbas y las zarzas van conquistando un territorio que no debió de pertenecerles nunca y los espacios se van desfigurando hasta convertirse en un vago recuerdo de lo que fueron en otro tiempo. Luego está el silencio como único habitantes que se resistió a marcharse o tal vez, como nuevo inquilino que también se apoderó del sitio ajeno". Podría seguir copiando más cosas de las que dice el fotógrafo, pero cuando se practica ese arte tan tecnificado en etos tiempos, lo mejor es dejar hablar a las imágenes, que son, en su terrible soledad, estremecedoras. Han sido recogidas en distintos lugares abandonados de provincias del centro de Cuenca: Cuenca, Guadalajara, Huesca y Teruel. Son jalones que el tiempo (los seres humanos) ha ido dejando a medida que esos elementos inicialmente útiles han dejado de serlo para convertirse en estorbos, cosas innecesarias. Hay pueblos enteros que ya conocen esa experiencia, pero Torralba ha puesto los ojos y las cámaras en los girones aislados, construcciones, casas, chozos, estaciones, mil motivos para ilustrar esta meditación colectiva sobre el pasado, que permanece vigente de manera temblorosa mientras esos objetos edificados aún conservan un hálito de vida. Miserable, quizá; triste, también. Pero ahí están, recogidos por el fotógrafo, para ilustrarnos como una eficaz metáfora del tiempo y de la utilidad de las cosas.

TIEMPO DE PINOCHOS



Entre mis más firmes recuerdos infantiles, esos que no se diluyen ni enturbian nunca, pese al avance del tiempo, se encuentra la figura de Pinocho, aquel niño de madera cuya nariz crecía a tropezones al compás de las mentiras que salían de su boca. Entonces yo no sabía, como ahora se, que el Diccionario de la Lengua recogería ese término como originario de Cuenca, donde la palabreja ha estado secularmente vinculada a la población arbórea serrana, pues un pinocho no es otra cosa que un aprendiz de pino. No se si las andanzas de aquella marioneta articulada surgida de la imaginación de Carlo Collodi a finales del siglo XIX llegaron a tener directa influencia en quienes entonces éramos niños, pero sí se, con total seguridad, que fuimos educados en la convicción de que en nuestros actos, en aquel presente y en el futuro, deberíamos ser honestos, sinceros y verdaderos. Creo que algo de eso se mantiene aún en algunas culturas contemporáneas que mantienen incontaminada su primitiva inocencia. Disfruto mucho con las películas americanas, casi siempre vinculadas a juicios, en los que se muestran esfuerzos considerables por perseguir la verdad a toda cosa, buscándola en los más escondidos rincones de los entresijos de los comportamientos humanos. Cierto que también en esas películas, y en otras, circulan por la pantalla considerables ejemplos de felones y malandrines ejercitándose en hacer lo contrario, pero tengo el convencimiento íntimo de que todos (casi todos) los espectadores nos sentimos conmovidos cuando el héroe de turno proclama su apelación sincera a favor del predominio de la verdad a toda costa, aunque pueda resultar perjudicial para sus intereses personales. En esas cosas, y en otras parecidas, pienso cuando asisto, como tantos otros, al desfile constante de individuos de ambos sexos, de diversa extracción social y variada catadura física, que de manera absolutamente impávida, sin alterar lo más mínimo la expresión ni temblarle la voz emiten mediante su discurso las más sonoras falsedades sin sentir, ni remotamente, la llamada del arrepentimiento. Pueden hacerlo, además, porque a ninguno de ellos les crece la nariz y es una pena: sería un bonito espectáculo ir por la calle, ver la TV o asistir a algún acto público y encontrarnos cómo a unos y otros les iban modificando de manera espontánea las dimensiones de sus narices. Un periódico alemán mantiene en sus páginas una desinhibida sección en la que cada día elige al Pinocho de la jornada. El martes pasado, la elección recayó en un español, cuyo nombre dejo al albur, a ver si algún lector de estas líneas adivina quien es el más mentiroso de entre todos nosotros. Es fácil, aunque no le ha crecido la nariz, que sería signo distintivo indisimulado de su catadura moral.