martes, 26 de junio de 2012

METÁFORA DEL TIEMPO


   Lo diré con sus mismas palabras, las que utiliza Santiago Torralba para presentar esta exposición que, por ahora, sólo ha sido posible verla en Madrid, sin que haya noticias de que en un futuro más o menos inmediato pueda viajar a otros lugares, Cuenca, por ejemplo. Dice: "Hay tristeza contenida en cada una de sus paredes. Calles rotas que ya no conducen a ningún sitio y dinteles que no sostienen más que al aire. Las hierbas y las zarzas van conquistando un territorio que no debió de pertenecerles nunca y los espacios se van desfigurando hasta convertirse en un vago recuerdo de lo que fueron en otro tiempo. Luego está el silencio como único habitantes que se resistió a marcharse o tal vez, como nuevo inquilino que también se apoderó del sitio ajeno". Podría seguir copiando más cosas de las que dice el fotógrafo, pero cuando se practica ese arte tan tecnificado en etos tiempos, lo mejor es dejar hablar a las imágenes, que son, en su terrible soledad, estremecedoras. Han sido recogidas en distintos lugares abandonados de provincias del centro de Cuenca: Cuenca, Guadalajara, Huesca y Teruel. Son jalones que el tiempo (los seres humanos) ha ido dejando a medida que esos elementos inicialmente útiles han dejado de serlo para convertirse en estorbos, cosas innecesarias. Hay pueblos enteros que ya conocen esa experiencia, pero Torralba ha puesto los ojos y las cámaras en los girones aislados, construcciones, casas, chozos, estaciones, mil motivos para ilustrar esta meditación colectiva sobre el pasado, que permanece vigente de manera temblorosa mientras esos objetos edificados aún conservan un hálito de vida. Miserable, quizá; triste, también. Pero ahí están, recogidos por el fotógrafo, para ilustrarnos como una eficaz metáfora del tiempo y de la utilidad de las cosas.

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