Frustración, desencanto, desilusión, pesimismo,
desconfianza, escepticismo, inquietud, inestabilidad, desafección… El
vocabulario es amplísimo y, aunque desde un punto estricto de definición
lexicográfica puedan tener significados distintos, en la práctica vienen a ser
sinónimos, porque todos confluyen en la misma dirección: los europeos no están
a gusto con la Europa que mercaderes ambiciosos y políticos ineficaces nos han
diseñado. Creíamos, en los años de la ilusión y las utopías, en la Europa de
las culturas coincidentes, la creatividad, el gran territorio sin barreras,
fronteras ni aduanas por el que podíamos circular libremente. Pero entonces no
contábamos con Merkel, Sarkozy, Berlusconi, Cameron y lo que nos ha tocado en
desgracia por aquí cerca. La Europa de las libertades se hunde agobiada por el
despilfarro bancario pero, sobre todo, por la impotencia de unos dirigentes
apocados, cobardes e ineficaces. Como he podido leer en las páginas económicas
de un diario “las condiciones de vida empeoran año tras año, sus países asumen
decisiones irracionales y no emergen compensaciones a los sacrificios exigidos
a la población en muchas décadas”. Pobre Europa, ahogada por estos mercaderes
sin conciencia y estos políticos de medio pelo. Mientras, al otro lado del
Atlántico, los yanquis avanzan a toda prisa porque están aplicando exactamente
las medidas opuestas a las que impulsadas por esta banda de cegatos que nos
gobierna. Con lo que les gusta mirar a los Estados Unidos, ¿por qué no hacen lo
mismo? Y mientras, la cultura de capa caída. Las bibliotecas públicas no tienen
este año ni un duro para comprar libros o hacer suscripciones. A eso le llaman
avanzar y progresar.
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